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Intervienen, con especial interés, Deta y su madre, Huiyacamo: - ¡Tráelas! Cuando lns traigas lns llevas n nuestra casa y seremos buenas con ellas. Deta me indica su vestido largo y no acierto a entender qué es lo que me quiere decir: o bien que vengan vestidas como está ella en ese momento o, más probablemente, que les diga a esas mujeres que le traigan otros vestidos. ¡Se nos fue el remo nuevo! El río Cahuimeno está muy hinchado, en toda su anchura y altura, y esto nos facilita la bajada, pero empuja tan furiosamente que no ca– rece de peligros. Al salir de un recodo, nos encontramos con una barre– ra de ramas y árboles que tapan el cauce en toda su anchura. Otorino, que va en la punta de la canoa, es embestido por una gruesa rama que le vence, le tumba sobre la misma canoa y a la vez le lleva volando por el aire su remo, un remo nuevo y pesado que se hun– de y desaparece. Luego, me ha tocado mi turno de tumbarme en la ca– noa, mientras las ramas crujen forzando mi banca y el bidón de gaso– lina. Esta leve pausa da tiempo suficiente a los reflejos de Mariano pa– ra evitar una catástrofe, enderezando la embarcación con habilidad. Celebramos con risotadas la salida del peligro, la caída del puntero y la voladura del remo nuevo, comprado el domingo anterior en Boca Tiputini por sesenta sucres. Conocemos el Dicaron. Al llegar a la confluencia del Cahuimeno y el Dicaron, nos vienen deseos de explorar un poco este último. Entramos por él unas cuantas vueltas, que nos dan la convicción de que el Dicaron es más caudalo– so y navegable que el Cahuimeno. Mariano opina que, en otra oportu– nidad, será bueno explorar este río, al menos hasta el helipuerto 34,8. Avanzamos hasta un gran remanso del Dicaron, que Mariano juz– ga como muy bonito lugar para hacer su casa, y desde ahi regresamos al Cahuimeno. Poco después estamos recogiendo todas las cosas deja– das en el campamento "Cohuore onco" y seguimos viaje. Hacía las tres de la tarde Mariano y Otorino huelen a huanganas que merodean en la proximidad y se lanzan a la selva. Suenan unos ti– ros y cazan dos hermosos ejemplares, pero regresan completamente desilusionados: 100

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