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No obstante, la virtualidad de un clásico consiste precisamente en que puede leerse con provecho en cualquier momento, circunstancia y am– biente. Es, que tiene la capacidad de convocar al lector, dejando atrás circunstancias de época, cultura y lugar, haciendo a un lado Jo acceso– rio, a un contacto con el núcleo cordial de lo humano. Descubre así, de forma instantánea que, entre los pueblos, debajo de cualquier frag– mentación cultural, más allá de las diferencias obvias, existe el fondo común de una humanidad compartida. Es un descubrimiento. Como un fogonazo, un movimiento irresistible de empatía: lo sustancial no es la diferencia, es la igualdad, todas las diversidades son adjetivas. Un clásico tiene, además, otros poderes. Interroga, pregunta, exige un ahondamiento de la cuestión. ¿Ha visto Vd. ahora, bajo otra luz, a los Huaorani, ha comprendido de otra manera la cuestión? Al mismo tiempo exige reimaginar, de manera novedosa, esa materia que nos muestra bajo una perspectiva tan original y cordial. Y, a continuación, pide una réplica activa, un renovado intento de comprensión del asun– to. Por eso no puede dejarnos indiferentes; es que toca las fibras más sensibles y nos coloca en la necesidad de una réplica. Aunque ésta, co– mo es obvio, pueda ser diversa en cada interlocutor. Los ecuatorianos advertidos saben hasta qué punto esos pedidos del misionero, entonces aparentemente tan ingenuos y ayunos de "conoci– mientos políticos o financieros" (Tratado de Paz con los Huaorani; im– prudencia e ilegalidad de la explotación petrolera sin acuerdo con los pueblos del área; protección a las nacionalidades indígenas; legitima– ción de sus territorios; normas de resguardo para el medio ambiente; etc.), que fueron en su día obviados con sonrisas de altanería, han re– sultado en definitiva intuitivos y certeros. El tiempo le ha dado la ra– zón al capuchino y de qué modo, tanto como se la negó a prepotentes que en esos tiempos se ofrecían en el país como oráculos políticos, an– tropológicos o económicos. Ahora sabemos que tuvo un gran acierto, aunque, y esto ya no tiene mayor importancia, otros se hayan colgado esas medallas, poniendo pecho donde antes no pusieron nada. Ya dijimos dónde pueden encontrar, los lectores curiosos, datos com– plementarios que encuadren en determinados aspectos (históricos, an– tropológicos) la visión de estas CRÓNICAS; también están en los pró– logos de ediciones anteriores que situamos al final de ésta. Por eso 9

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