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Encantadora estampa, digna del pincel de Morillo. Centenares de angelicales nlftos, atendidos con amor de madres por las Franciscanas l\Jislooeras de María, en la guardería del barrio de San Francisco de nidos de ametralladoras en la pasada guerra, o en otras abiertas posteriormente. En una extensión de seis kilón1etros, cuevas y más cuevas... Para subir a ellas h:~y que trepar por caminos empinados y resbaladizos, que exponen a peligro– sas caídas. ¡ Cuántas nos hemos dado para visitar a esta pobre gen– te.. . ! ¡ Y pensar que tiene que tras– ladarSe diariamente a la capital para ganarse la vida... ! Dentro de esas cuevas, la miseria y desolación más espantosa. Una o dos dependencias para padres e hijos, sin más luz ni ventilación que la que entra por la puerta, coMistentc en un troro de saco; sin más lecho que dos o tres camastros, tendidos sobre el desnu– do suelo, sin más fogón q ue cuatro piedras que protegen la llama osci– lante de unos carbones... Llamar a esto viviendas humanas es dema– siado honor.¡ Qué lejos está de aquí nuestra tan decantada civilización. Ni la más mínima de las comodi– dades nwdernas llegan a estas po– bres gentes. Carecen de luz, de agua, de asistencia médica, de me– dios de transportes... Enfermos ha habido que murieron por falta de asistencia médica... Verdad es que de cuanao en cuan– do se consigue la visita esporádica 53

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