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jovencita de trece años, reprendida por su mala vida, a una de nuestras catequistas : "Si usted, señorita - le dij<r--, hubiera vivido en el ambiente en que yo vi,•o, sería co– moyo." Y con tooo, hay ejemplos edifi– cantes de honestidad, pudor y mo– ralidad entre estas pobres gentes que viven hacinadas en un solo cuartucho... Pudiera citar ,·arios ca– sos que honran a los moradores de estos suburbios, pero no hace al caso. Sólo quiero, sf, referir las pa– labras que oí de labios de un perio– dista fra ncés, el cual, después de haber visitado en mi compañia Ya– rías de las chabolas de uno de los barrios r de conversar con sus mo– radores, me dijo lo siguiente : ":-\o es nada nuevo para mí de l'uanto he visto y ofdo en este ba– rrio; mayor 111iseria he visto y con– templado en algunos de los barrios bajos de París. Lo que 111ás me ha ndmirado en esta gente es la con– formidad y resignación con que lle– va su pobreza. Buena diferencia de la desesperación que se refleja en la mirada y en las palabras de los que ,·iven en a lgunos de Jos barrios ba– jos de Parls." Sirva esto de réplica a los que nada bueno encuentran entre la gente del suburbio. L'rgía, pues, ver el modo de aco– meter la empresa del mejoramiento de las viviendas para la mayor par– te de las familias de los barrios. :Vfas, ¿cómo? Yo no disponía ni de un céntimo, y las limosnas que re– cibla apenas si bastaban para reme– diar las necesidades más urgentes de Jos que a mi acudlan. Con la 48 ayuda del Estado no había que con– tar; se trataba de zonas llamadas industriales, en las que estaba ve– dada toda edificación de viviendas. Menos mal si, haciendo la vista lar– ga los agentes de la autoridad, se consigue construir una chabola de la noche a la mañana o aaecentarla durante el dla. Pero esperar del Es– tado que preste la menor ayuda eco– nómica, i imposible, imposible 1 Un acontecimiento lamentable motivó el franquear la barrera de la ley, y mi lanzamiento a la em– presa de construir nuevas viviendas. Fue el caso que en una lluviosa tarde de marzo tres familias que vi– vian en otras tantas chabolas con– tiguas a la carretera general de An– dalucla fueron obligadas a desalojar sus viviendas, quedando abandona– das en plena caJJe con tres, cinco r seis niftos de corta edad. E nterado del caso, m.e decid! a resolverlo por las buenas. Sabedor de que a las afueras del barrio había unos terrenos baldíos, de propietario desconocido, alli me personé y comencé la construcción de tres casitas para las mencionadas familias. E l éxito de la empresa fue com– pleto. ingún agente de la autori– dad me echó el alto y ningún pro– pietario de esos terrenos reclamó sus derechos. En vista del buen resultado de mi primera operación me animé a cons– truir otras nuevas viviendas. Pero i qué cierto es que no hay felicidad completa en el mundo ! He aqul que, ya en posesión de sus ca– sitas los nuevos inquilinos, recibo

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