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DE LA PENITENCIA. 397 la culpa, y abrazándose con la infinita misericordia de Dios, pene- trados de dolor y lágrimas. Cuando no tuviéramos en las Santas Escrituras otro ejemplar de esta verdad que el que nos ofrece Santa María Magdalena , él solo bastaria para convencernos. Sí, señores: las lágrimas de María Mag- dalena: la conversion de María Magdalena, por un espíritu de ver- dadera penitencia, y la conversion de Dios á la Magdalena, por un efecto de su infinita misericordia, es una demostracion evidentísi- ma de esta inmutable verdad: Convertimini ad me, ait Dominus, el convertar ad vos. Conviértese la Magdalena á Dios llena de lágri- mas: conviérlese Dios á la Magdalena lleno de clemencia : conviér- tese la Magdalena á Dios por la penitencia: conviértese Dios á la Magdalena por la misericordia. V ed aquí, amados oyentes, dos ob- jetos capaces de ablandar los corazones mas endurecidos de los pecadores obstinados, y endulzar los rigores de la penitencia á los pecadores convertidos. De una parte se nos presenta la Magda- lena llena de lágrimas, postrada á los piés de Jesucristo, y pene- trada su alma del mas intenso dolor, haciendo á Dios una humilde confesion de sus miserias, no por palabras y discursos, sino por sollozos y suspiros. De otra parte se nos propone un Dios sal- vador lleno de bondad, que atrae por los movimientos de su gracia á la pecadora Magdalena : que admite su dolor, que estima sus lá- grimas, que la asegura del perdon de sus pecados, y la levanta al ejercicio de las mas heróicas virtudes. Qué modelo tan perfecto de penitencia vemos en la Magdalena! Qué ejemplar de miseri- cordía tan infinita miramos en el Salvador! Oh amados de mi alma! Si hoy nuestros corazones no se rom- pen de sentimiento, nuestros ojos no brotan torrentes de lágrimas, será mia sin duda toda la culpa. Yo seré la causa por mi falta de esplicacion y poco espíritu, de que su asunto tan precioso no pro- duzca en vuestras almas unos efectos tan soberanos. El de suyo es capaz de producirlos; y efectivamente, señores , la memoria de las lágrimas de la Magdalena, de quien vengo á hablaros, y de la bondad de Dios, de quien procuraré daros alguna idea, han con- vertido á millares de pecadores en todos los siglos. Mis pecados, vuelvo á confesarlo delante de Dios, del cielo y de la tierra, mis pecados pueden solamente ser la causa de que vosotros no os con- virtais á Dios á la vista de un modelo tan ilustre de penitencia. Pero, Dios mio, éntre yo en este día con mis amados oyentes en la casa del dolor: hable yo mas con lágrimas de mis ojos, que con el mo-

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