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380 SOBRE LA RESURRECICON dades tan dignas de la cátedra del Espíritu Santo en que me hallo: Hacédselas entender y practicar por los méritos de vuestra pasion y muerte , y por la intercesion de vuestra purísima madre María Santísima , á quien consideramos llena de espiritual alegría por vuestra Resurrección, y siempre llena de gracia, saludémoslo con el ángel, diciendo: Ave, María. El santo Job, aquel hombre singular y estraordinario, que enmedio de las tinieblas del gentilismo resplandeció como un so] por sus heróicas virtudes, y no se le halló semejante en su tiempo sobre la tierra: aquel hombre , que aflijido por el furor del demo- nio con la muerte de sus hijos , con el robo de sus ganados, con la pérdida de sus haciendas , lleno de dolores, plagado de llagas, bir- viendo en gusanos, tendido en un muladar, y sin mas alivio que un pedazo de teja con que raía la podre, aquel hombre, á quien apenas le habian quedado los lábios sobre sus dientes por tener consumida toda su carne, como él mismo nos lo asegura, reanima su espíritu con la fé y esperanza de su resurreccion, á imitacion de su Redentor, y triunfa con esta confesion admirable de toda la rábia de Satanás, de la intension vehementísima de sus dolores, de la hediondez de sus llagas, de la multitud de sus gusanos , de la importunacion de sus amigos, de las molestias de su propia mu- jer, y conforme en todo con la voluntad divina, se hace admirable objeto al cielo, á la tierra y á los abismos. Oigamos sus palabras, que á la verdad son dignas de memoria eterna : Quis mihi tribuat ul seribantur sermones mei? Quién me concederá, decia, que con punteros de hierro se escriban mis palabras en láminas de plomo, 6 que cori cinceles de acero se entallen en pedernales, mármoles 6 jaspes mis discursos? Yo sé que vive mi Redentor: sé que ha resucitado, y queá su imitacion he de resucitar el último dia de los tiempos : entonces volverá otra vez á cubrir mis huesos esta misma piel que ahora rodea mi cuerpo: entonces en mi propia car- ne veré á mi Dios: yo mismo, le verán mis propios ojos, estos ojos con que estoy mirando, y no otros estraños , son los que le han de ver. Esta esperanza, que tengo firmemente depositada en el seno de mi corazon, me sostiene para que sufra los trabajos que me acontecen , para que no cometa los pecados á que me incitan, y practique las virtudes que Dios me manda: Reposita est hoc spes mea in sinu meo. (1) (1) Job. c. XIX. y. 97.
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