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DE MARIA SANTISIMA. 367 ble, continuabx lamentándose la Virgen, es posible que estas manos tan heridas y sangrientas sean aquellas mismas manos del Omnipotente , de las cuales son hechura los mismos ángeles y los hombres! Es dable que este costado abierto con una cruel lanza sea el de mi Hijo ! Qué haya babido valor en los corazones huma- nos para ejecutar en el deificado cuerpo de Jesus tantas cruelda- des! Ay Hijo mio ! Si el amor de mi corazon no me asegurara que sois vos, podria por las señas desconoceros. Qué se hizo aquella belleza antigua y siempre nueva? Aquel esplendor, aquella gra- cia, aquella dulzura de palabras , aquella hermosura que admira- ban los cielos y la tierra, y elevadas en éstasis de gozo nunca po- dian alabar condignamente las estrellas de la mañana ? Feru pessi- ma devoravil filium meum. La horrible y fiera pésima del pecado ha hecho este estrago en mi Hijo inocentisimo , que no pudo por su impecabilidad cometerle, y murió por arruinarle. Oh feliz culpa que mereció tener tal y tan grande Redentor ! Asi podemos consi- derar que se lamentaria la Virgen, y abrazándose afectuosísima- mente con el venerable cadáver de su amado Hijo, se quedaria muriendo de dolor porque efectivamente no moria. Ahora, pues, pecadores de mi alma, si hay alguno en mi audi= torio que no piense en dejar las culpas, sino en repetirlas de nue= vo y volver con sus reincidencias á 'erucificar á Jesucristo, cobre aliento, y lleno de un bárbaro y sacrílego furor, abaláncese á la Virgen, arránquele su Hijo de entre sus brazos, y vuélvale á fijar sobre la cruz. Divida aquellos dos unidos corazones , separe aque- Mos enlazados brazos, aparte aquellos dos cercanos rostros, y deje sola á la Madre sin el cuerpo de su Hijo, pues si en la cruz quedó sin su alma por nuestro amor, tambien ahora por nosotros queda- rá sin el cuerpo, por mas abrazado y unido que á sí le tenga. Jó- venes libertinos, que dominados de vuestras pasiones quereis an- tes negar la ley que mudar el corazon, llegad vosotros los prime- ros: pues no sereis los últimos en continuar vuestros desórdenes. Llegad, hombres carnales é impuros, y si teneis valor para ofender á la Madre como injuriais al Hijo, arrancadle de sus brazos y vol- vedle á crucificar. Acompañadlos vosotros, hombres envidiosos y vengativos, que consumiéndoos las entrañas al ver la felicidad de vuestros rivales, les vais urdiendo la tela de su ruina fraudulenta y mañosamente, hasta que preparados todos los resortes de vues- tra venganza, les deis uu golpe mortal, paliando, como Caifás, vuestra maldad con el especioso pretesto del bien público. Seguid-

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