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330 SOBRE LA PASION estos clavos que tan duramente me traspasan las manos y los piés, por esta cruz, por esta corona, y por todos mis dolores, os pido, Padre mio muy amado , que los perdoneis : ellos, Señor , ho saben lo que se hacen. Yo losamo, y ellos me crucifican: yo les doy la vida y ellos me procuran la muerte: yo les ofrezco mis gracias, y ellos me blasfeman: yo les prometo mi gloria, y ellos se car- gan con todo el peso de mi sangre para su eterna perdicion. No saben lo que hacen, Padre mio. Perdónalos, yo os lo suplico: Pq- ter, dimille illis, non enim sciunt quid faciunt. Oh Dios de dulzura y de clemencia! Qué lecciones tan admira- bles nos dais desde la cruz! Qué ejemplos tan ilustres en que se reconoce el justo por escelencia, el Santo de los Santos. y un Dios que ama á los hombres, y que padece y muere por su amor! Venid, pues, naciones del mundo, vuelvo á llamaros, venid y aprovechaos del perdon que el Eterno Hijo pide para vosotros al Eterno Padre. Acércate tú primero nacion hebrea , por quien pide y á quien primero busca, aprovéchate de tan favorable ocasion: no sea que si la dejas pasar sin fruto, sea castigada tu ingratitud y tu perfidia con un abandono eterno. Pero se podria creer amados mios, si la Santa Escritura no lo dijese? Unas palabras tan dulces, unas espresiones tan tiernas del inocente que pide por los culpa- dos: del perseguido que clama aefctuosamente por sus persegui- dores: de un Dios ofendido que ruega por las criaturas que le ofenden, ni desarman el furor del pueblo, ni aplacan la barbarie de los soldados. Unos y otros responden al Señor con nuevos ul- trajes. Nada se oye en el Calvario mas que estas blasfemias: Si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz: Si eres Rey de Israel; baja de donde estas y lo creeremos: si Dios es tu Padre, dile que te libre: á otros ha hecho bien, y consigo nada puede: mira lo que eres: Vah qui destruis templum Dei, et in triduo illud reedi- ficas, salva temetipsum. Estas eran las voces de los príncipes de los sacerdotes, de los senadores, de los doctores de la ley, del pueblo, de los soldados, y de los verdugos: todos se abandonan á las mismas irrisiones. Hé aquí, decian con desprecio, aquel gran- de hombre que si se destruia el templo de Jerusalen, le reedificaria en tres dias, y ahora se halla crucificado, vertiendo arroyos de sangre, coronado de espinas, cubierto de llagas , y está hecho un miserable que vada puede. Ved como nada importa habernos car- gadoá nosotros y á nuestros hijos con la maldicion de su sangre. Oh viña ingrata! Oh casa de Israel! Oh pueblo pértido y sacrílego, tú
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