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228 SOBRE EL DESAMPARO DE DIOS est sanata: derelingquamus eam. Pueblo nócio é ignorante, gente malvada y perversa , gente sin consejo y sin prudencia, con vos- otros hablo, pecadores, que habiendo recibido de la liberal mano del Señor su santa gracia para trabajar, para merecer con ella, y darle fruto de buenas obras, no son otros vuestros frutos que amarguísimos agraces, hiel de dragones y veneno de áspides: Hecine redis Domino popule stulte , et insipiens? Os parece que porque no ha castigado al punto vuestros pecados ya no teneis que temer? Oh quién pudiera dar un grito que se oyera hasta en los estremos de la tierra para atemorizar con élá todas las generacio- nes, y hacerlas volver en su acuerdo! Dios con inmensa clemencia ha empleado en la cura de vuestras espirituales dolencias sus con- sejos, sus inspiraciones, sus llamamientos, sus ángeles , sus mi- nistros, sus sacramentos, su gracia; y vosotros en vez de aprove- charos de tantas misericordias , habeis sofocado y ahogado dentro de vosotros mismos, sin producir obra buena, tantos auxilios, tantas gracias, tantas inspiraciones ; pues lo que se sigue es, que os dejará en manos de vuestro consejo, ireis tras vuestros deseos, se endurecerá vuestro corazon, morireis impenitentes y abándo- nados de Dios. Curavimus Babylonem , et non est sanala: derelin- quamus eam. Comprendeis á fondo, oh cristianos, el rigor de esta terrible amenaza? Pues es lo mismo que si dijera: que despues que Dios ha llamado una y muchas veces á los pecadores, por largo tiempo dormidos en la culpa : despues que les ha encendido tantas veces la luz de sus divinas ilustraciones: en pena de su ter- quedad é ingratitud suspende sus misericordias, niega sus especia- les auxilios, no llama ya como antes: no alumbra como solia, para no esponer á un continuo desprecio los socorros de su divina gra- cia; y el que ba abusado tantas veces de las divinas inspiraciones, viene á ser castigado con una ceguedad palpable y espantosa. Porque por una parte el pecador amontonando culpas sobre culpas se ciega mas por sí mismo: por otra parte Dios en pena de aque- llos escesos, siempre disminuye la luz de su gracia soberana, y llega el pecador á un estado tan deplorable, que ni advierte sus culpas, ni conoce sus maldades : de aqui nace en la voluntad una escesiva pereza, una suma dificultad para obrar bien, y un contí- nuo yelo en el corazon, asi oscurecido el entendimiento y obcecada la voluntad , se endurece de modo el corazon, que lejos de buscar remedio 4 su mal, lejos de admitir un buen pensamiento para corvertirse á Dios y mudar de vida, se alegra y divierte en aquel

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