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SOBRE LA ETERNIDAD, 193 me,ton y que tiene que volver á bajar hasta la tierra para subic otro , y todos los demas de la misma suerte, hasta transportar toda la arena desde la tierra al cielo. Mi Dios, qué duracion! Todavía no habria vuelto del primer viage, aunque le hubiera empezado en la creacion del mundo. Pues, hermanos carísimos , si en el di- latado espacio de siete mil años no habria subido dos arenas, cuán- tos millares de años sería preciso que pasasen para subir una arro- ba de aquellos granos menudísimos ? Cuántos millones de años para cien arrobas? Cuántos millones de millones de siglos para la milésima parte de todo el monte? Cuántos para la mitad? Ay Dios! El entendimiento se confunde , las potencias mas despejadas no en- cuentran guarismos para sumas tan inmensas de años y de siglos. Sin embargo, verdad es indisputable que por grande, por incom- prensiblemente grande que sea este número, es limitado , tiene término , y no puede compararse , dice el padre San Agustin, con la eternidad. Que finem habent, cum eeternitate comparari non pos- sunt. (In psalm. XXXVI.) Ello al fin es una verdad que vendrian tiempos en que tendria trasladados al cielo veinte granos de arena: vendrian siglos en que ya habria subido hasta ciento: vendrian tiempos en que contaria mil granos colocados sobre el firmamento: vendrian millones de siglos en que faltaria de la tierra la mitad de aquella montaña inmensa de menudísimas arenas: vendrian tiem- pos en que ya solo le faltaria subir unos pocos: vendrian siglos en que ya solo le restaria un solo grano que llevar al firmamento: vendrian tiempos en que subiria aquel tambien; y vendrian siglos en que no teniendo ya mas arenas que subir, empezaria á llevar gota á gota, con la misma asombrosa lentitud el agua de todas las fuentes, de todos los rios , de todos los mares, y con todo ello aca- baria sin haber visto, ni poder descubrir el término de la eterni- dad porque no le tiene. Mi Dios! Mi eterno Dios, puede esto com- prenderse? Sí, hermanos mios. Puede comprenderse que los granos de arena, aunque innumerables, tienen término: puede comprenderse que las gotas de agua de las fuentes, de los rios, de los mares son limitadas, puede comprenderse que las estrellas del cielo, las hojas de los árboles , las yerbas de los campos , las escamas de los peces, las plumas de las aves y los átomos de los uires tienen término, y que no pueden compararse con la eterni- dad, que no le tiene. Que finem habent, cum externitate comparari non possunt. Ay! Ay, pecadores de mi alma, qué grande, qué incomprensiblemente grande es vuestra ceguedad en arrojaros por 13
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