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Por Pepito Reyes 8 do se desenfrenan, y se lanzan sueltas por esos mundos del domonio. Pero veo qué cada caballo lieva sobre si un jinete, que al mismo tiempo que espolea sus impetus, le tira de la brida, para que corra, pero no por el camino que él quisiera, sino por el que quiere su conductor. Eso debe hacer el hombre con sus pasiones: no aniquilarlas, sino conducirlas por la senda del bien. A continuacién saco las tres sotas; 0 sea, la sota dé oros, la sota de espadas y la sota de coOpas, que me representan a esas mujeres deslocadas, insolentes y escandalosas, ruina y desgracia del hombre que entra en relacién con ellas. Como yo soy joven y tengo intencién de casarme algun d'a, esas tarascas de la baraja, por e! contraste, me traen a la ima- ginacion la figura de una mujercita honrada, cristiana y honesta, enemiga de la moda exagerada, y amante de su marido y de su casa; y hago el propdsito firmisimo de elegirmela asi, 0 de quedarme soltero toda mi vida. —Bien esta todo eso, dijo el Capellan; pero en esa enu- meracién de las sotas se ha dejado usted la “sota de bastos”. — Ah!, es que la “sota de bastos”, sefior Capellan, yo no la saco nunca, ni la miro siquiera. —zY por qué asi? —Porque da la casualidad, sefior Capellan, de que la “sota de bastos” de mi baraja se parece en la cara al Sargento Pé- rez de mi Compajfiia, que ya sabe usted tiene un genio de mil demonios. Asi que sacar la sota y mirarla seria pensar en la sota, y pensar en la sota seria rensar en el Sargento, y pensar en el Sargento seria perder la devocién. —Esta bien. gTiene usted algo mas que afiadir? —Por ahora no, mi Capellan. Condujo entonces el Capellan al soldado hasta el pasillo, diciéndole: ; ~Haga usted el favor de aguardarme en este mismo sitio, que en seguida vuelvo. Y¥ marchése el sacerdote. Pero a los quince minutos volvid, y dingiéndose sonriente al militar, le entregé un sobre flamante, mientras le decia: —Este sobre es un regalo que le hace a usted el sefior Coronel. En él encontrara usted sesenta pesetas para que pueda usted comprarse un devocionario. También hallara usted un volante donde el mismo sefior Co~-

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