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por Pepito Reyes En este instante, y cuando ya iba a tender la mano para abrir la puerta, sintid detras de si Don Jenaro un ruido como de galope, y en seguida un golpe, un verdadero topetazo en las espaldas que le hizo vacilar y cacj le derribé en tierra. Incorporése como pudo, miréd hacia atras y vid con te- mor a un perrazo como un novillo, que es el que le habia em- bestido, y se agazapaba en aquel instante, para embestirle por segunda vez. Iba a dar un grito pidiendo socorro, pero subitamerte cam- bid de sentimientos y grité conmovido: ~—jLeal, Leal! zEres tu? Era el perro de casa, que <ctin vivia, habia olido a su an- tiguo sefior y se habia lanzado a la carrera para hacerle ca- ricias. El perro iba y venia, dando auilidos de jubilo, trazaba circu- los en torno de Don Jenaro, se retorcia ante él, se enderezaba, poniéndole las manos sobre los hombros, lamiérdole locamen- te la cara, lo dejaba, y volvia a embestirle y acariciane con tales demostraciones de amor y alegria que, como suele de- cirse, no le faltaba mas que hablar. Don Jenaro, tan necesitado de consuelo, estaba verdadera- mente emocionado entonces, y on una de sus embestidas, abra- z6 al perro por el cuello, le besd en la cabeza (asi como suena), diciendo al mismo tiempo: —-VERDADERAMENTE QUE HAY HOMBRES DE MENOS CORAZON QUE LOS ANIMALES, Y ANIMALES MAS AFEC- TUOSOS Y AGRADECIDOS QUE LOS HOMBRES.

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