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por Peplto Reyes 109 { Era su mirada extraviada, y estaba su alma embargada de : profund’simo estupor. Subitamente, ese sentimiento de estupor se resolvid, trans- formandose en otro de loca alegria; y entonces, sobre los po- cos centimetros cuadrados de superficie que le dejaba la gente al oprimirle, empezé a saltar, gritando al mismo tiempo ritmi- camente en cada uno de sus saltos: —jEstoy curado! ;Estoy curado! ;Estoy curado! Y... ;Viva San Antonio! Cuando se sereno un poco su espiritu (que realmente es- taba agitadisimo y como enloquecido de pasmo y de jubilo) é1 mismo refirid a todos en alta voz el milagro realizado en | su persona; y el pueblo, al oirlo, se conmovia, tloraba, aplau- dia, lanzaba “vivas” clamorosos a San Antonio... y reia a car- cajadas también; porque para todo este linaje de manifestacio- nes tan diferentes daba margen aque! acontecimiento drama- tico, festivo y religioso a la vez. Ya para entonces las campanas de! templo repicaban ; e- gremente anunciando el prodigio a la ciudad (sin necesidad alguna ciertamente, porque la ciudad entera estaba congréga- da alli) y aquellos sonidos que daban la sensacién de un him- no de victoria, desperté subitamente en la multitud la misma idea, expresada en seguida por miles de lenguas a un tiempo: — A la Iglesia! ;A la iglesia todos, a dar gracias a Dios y a San Antonio por este milagro! Y se puso en seguida en movimiento aquel rio de cuerpos humanos en direceién al templo. Pero a los pocos segundos se detuvo aquella masa viviente, formandose en cierta parte | de ella un murmullo especial. | —ZQué oourre ahi? zpor qué se detienen esos?—pregun- taron los mas distantes. zY sabes lo que Oouwrria, curiosisimo lector? Pues, senci- liamente que Felipe... “no queria entrar en la iglesia”. A las instancias que le hacian los mas cercanos a él, con- testaba que 6! agradecia muchisimo a San Antonio aquel be- neficio, pero que su pecado habia sido enorme, y sentia mie- do invencible a ponerse delante del Santo. —jFelipe!—le grité entonces uno de los presentes, de genio regocijado y alegre, encaramado en un banco del pédrtico—. j Entra con nosotros a rezar, que nada malo ha de sucederte. i Entra Felipe, y no temas. A San Antonio “lo he visto” yo hace | un momento, y te as€guro que no ofrece ya culdado para ti. Todo pasé. El tiene ya la cara de antes, amable y que se cad de buena, con la mano izquierda sostiene al Divino Nifio como
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