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106 Colorin Colorado vaba encima entonces (en seguida sabra el lector para qué) una pequefia alforja, que oscilaba suavemente sobre su espal- da, en sentido horizontal, en cada uno de los avances acompa- sados que el cojo ejecutaba sobre el encachado de la calle. Nadie le dirigié la palabra durante los primeros minutos de maroha, en la cual se acompafiaba a si mismo con frases suel- tas, bufidos y crujidos del resuello, que delataban gran ma- rejada interior; pero al tlegar frente a las Escuelas Munici- pales, se encontré a la dulcisima dofia Gertrudis, que volvia de oir la santa Misa, la cual le pregunté con carifioso acento: ~—Z Qué tal, Felipe? zVa eso bien? zYa te oye San Antonio? z2Se cura la pierna? —j;Cuerno se cura!—contesté el cojo, sin detenerse ni mi- rarla siquiera. Esta usted viendo que la llevo aqui colgada a dos palmos del suelo, y zarandeandose como un salchichén zy pregunta usted si se cura? —j,Ay, hijo, perdona!, respondié apurada la buena sefiora. Soy un poco corta de vista zsabes? Pero no pierdas la con- fianza, Felipe. Sigue, sigue rogando, que San Antonio atiende siempre, y por fin te ha de curar. Créeme, que ie ha de curar. Continué su camino el cojo, aumentando el caudal de sus iras y el ndmero de sus frases rajantes, conforme avanzaba, cuando !legé a sus ofidos !a voz de otra devota que le giiiaba desde un, balcén. —j Adios, Felipe! y que sea enhcrabuena, porque veo que no dejas de acudir al templo como me habian dicho! tras a re- zarle a San Antonio bendito, gnc es verdad? {A fregar!—contesté el interrogado, con un estampido de voz iracunda, que dejé aturdida a la pobre mujer. La iglesia del Santo de los milagros estaba a pocos metros ya; y conforme se aproximaba el cojo a ella, en continuo ba- lanceo sobre sus mulelas, iba acentuandose su ocorajina, que se le refiejaba en el rostro, hinchado y ardiente, y en sus ojos, con los cuales parecia querer tdladrar los muros del edificio, que se alzaba ya a su vista, © si encerrasen dentro de él a su mas encarnizado enemiga j ‘ ; Tan demudado estaba en &sos momentos su semblante y tales cosas se lefan en 61, que la bondadosa y respetable dofia Casilda, que se disponia a saludarle, sé contuvo espafitada, y no se atrevid a hacerlo y el espanto de dofia Casilda llego al terror, cuando vid que el cojo, después de subir penosa- mente, y dando grandes resoplidos, la pequefia escalinata, des- aparecia por una de las pwuerteciilas laterales del templo, di- ciendo con acento terrible:

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