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ve tus nuevas llevando, pero ¡aprisa |; en tu corcel, bien rápido, corriendo. (Grandes aplausos en la multitud.) Mas volviendo a mi texto: En la hora aquella en que la fausta nueva subió al cielo, de que el Señor resucitado había, seguramente, ya de entre los muertos, hubo gran regocijo entre los ángeles, y más después, acelerado empeño sobre quien estas nuevas a María había de llevar, que siete fieros dolores traspasaran su alma pura. Adán, el Viejo Padre, fué el primero que hubo de proponerse, porque había sido el autor de todos nuestros duelos, pero fué retirado, ante el peligro de que a comer manzanas, no cumpliendo con tal mensaje al cabo, se quedara. Abel vino después; inútil ruego, que con Caín pudiera tropezarse. De Noé no digamos, fué completo y unánime el concurso, en el informe: al mosto aficionado, en el sendero podían detenerle las tabernas! Ni un solo voto a Juan Bautista dieron, mirando su vestido tan impropio, fabricado de cerdas de camello (72). El buen ladrón, inútil para el viaje, pues no tenía sano un solo hueso, hasta que al fin, el caso madurando, y vistos pareceres tan diversos, el ángel que la losa removiera, fué al sepulcro, por solo mensajero. «Cristo resucitó», dijo a la Virgen, y la oscura prisión trocó en un cielo. (Suenan las campanas de la catedral,) Mas oigo que repican las campanas, y ronca está mi voz, acabaremos, dando fin al sermón, en este punto,
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