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el rayo de luna tu crencha ilumina, tu pelo de oro, y allá en el profundo seno de tus ojos, las sombras... tranquilas... y mi alma en la tuya con ansia se funde como si de antaño fuéramos amigas; que todo el que vive país del misterio, y toda alma buena, parece que es mía ! Yo soy Irmingarda, de antiguo linaje de ilustre prosapia, de noble familia, y un errante bardo de Suabia, afamóse siendo yo la musa de su triste vida. Breves y dichosos los días pasaron, de luz clara, llenas, las noches seguían. Amor, que de toda mujer es el alma (145), plan de la natura y toda su vida, más que de los hombres ambición acaso... su luz y su aliento que sólo podría matarlo la muerte... se prendió en mi alma inocente pecho, de una jovencita; y junto a la escuela, claustral del convento, cerca, de do siempre, sentarme solía, escuchaba atenta la música aquella, que me hizo cautiva. Cortés y galante, gentil cual ninguno, hermosura, gracia, todo gallardía, era aquel Walterio bardo Vogelweide, y aun en él yo pienso, con toda mi vida! Su voz, como el canto de música dulce que en tarde de estío los pájaros trinan: auras de la tarde, brisas deliciosas... ¡y donde él se hallaba, a flor trascendía! Yo crecí, encantada, oyéndole siempre igual que inocente y tierna avecilla vuela sobre un campo vestido de flores, momentánea sombra de las perspectivas..., sin saber adónde, débil me llevaba, apenas sintiendo resistencia esquiva. Y más por acaso que por propio empeño oí el canto mágico de su voz dulcísima,

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