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con dura disciplina en las espaldas, vuestros rezos haréis: como la sangre que del azote mana, nada purga mejor, la falta de que sois culpables. Y tá, hermano Guthberto, ven conmigo, allá a la sacristía; tú, culpable diez veces más y más que tus hermanos, tú que su ejemplo parecías antes... ¡para tí aun ha de haber mayor castigo que proporción con tu pecado guarde! Y, ¡andando!... ¡a la plegaria !... ¡todos juntos! ¡ Yo me asombro, a la vez, cómo no caen de este convento los ingentes muros y con tremenda ruina no os abaten! (143). Un vecino Monasterio. La Abadesa Irmingarda sentada con Elsa. En una noche de luna (144). IRMINGARDA La noche es tranquila y el céfiro leve, la luna se asoma por las altas cimas y alumbra el convento, jardines y selvas, y el astro descubre su cara lumínica, no queda en su frente ni sombra siquiera; parece una gracia suave y tranquila de un alma curada por un perdón, como yo misma lo he sido. Mi alma oscurecida está de pasiones, manchada de culpas, pero ya curaron todas sus heridas, y huyeron las penas, temores y duelos; por la desolada arena encendida y tierras desiertas que yo iba cruzando, del cielo ha soplado benéfica brisa: y todo mi ser temblaba agitándose cual hojas del árbol y yerbas que crían los campos; lo mismo, igual que un enfermo se cura al contacto de la hoja bendita del «Libro Sagrado» ! Sentándote ahora,
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