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“pues tenemos que dejarlas forzosamente al bajar al sepul- cro. No nos ilusionemos, pues, sefores; asi como el hombre en el érden fisico es naturalmente grande y noble sobre los demas séres visibles, por tener en su alma la imagen de la Divinidad, imagen eterna 6 indestructi- ble, y que no pende para su duracion de los objetos que vemos y palpamos, asi su grandeza en el érden moral ‘tampoco debe su origen ni conservacion 4 cosa alguna exterior y que se la pueda arrebatar. Sdlo la posesion del amor divino es la suma de todo nuestro enaltecimien- to, y el asiento de este amor esta en lo mas recéndito de nuestra alma. Si; el reino de Dios esta dentro de nosotros. mismos, y claro es, como afirma el divino Pablo, que ni muerte, ni vida, ni angeles, ni principados, ni virtu- des, ni cosas presentes, ni venideras, ni fortaleza, ni al- tura, ni profundidad, ni otra criatura, podrd apartarnos del amor de Jesus, con tal que esté nia aeees arrai- gado en nuestro corazon: La razon natural no contradice 4 esta verdad; antes la da nueva sancion ; apénas hay acto alguno intelectual en el hombre que no lo confirme ; vivimos entre mil ansie- dades, deseamos ser felices, y despues de muchos aiflos de trabajo para crecer en el mundo, encontramos en nues- tros corazones un yacio inmenso; y 4 por qué? Responda el sublime Agustin: «Porque esta inquieto nuestro cora- zon hasta descansar en Dios.» Miéntras no llega el mo- mento venturoso de esta posesion, ‘nos alimentamos de ilusiones y vivimos entre engaiios ; ilusion son los amo- res terrenos, ilusion las riquezas, ilusion los placeres, ilusion los honores, ilusion las grandezas mundanas, que nos dejan tan chasqueados como al que quisiese solazarse abrazando 4 una sombra que huye sin cesar. Viera bien palpable todo esto el santo Simeon, y por eso pronuncid esta admirable sentencia: «Este Nifo ha de ser la causa del engrandecimiento de muchos.» Si nos-

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