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he { Ja adulacion no es ya para ellos el suave timiama que halaga el sentido, sino un fétido vapor que desvirtia al hombre cientifico; se levantan de sus catedras, rasgan sus grandes folios sofisticos, arrojan sus plumairs y se les oye decir con San Pablo: «No somos capaces de decir nada con nuestras propias luces; cuanto sabemos y de- cimos nos viene de Dios;» 6 bien se les oye exclamar con el sublime” Agustin: «;Qué vale nuestra sabiduria, _ sino conseguimos con ella el verdadero bien?» Se levan- tan los pobres de espiritu, los necios, segun el mundo, y arrebatan el reino de Dios; gno es verdad, amados mios? Pues bien; este data tevintonts. estas glorias no han sa- bido salir 4 luz sino del sacrificio de — imitado por los hombres. Hablemos 4 la razon, 4 la razon orgullosa y depra- vada, al Hombre carnal, que constituye el engrandeci- miento humano en los goces presentes; quiero que res— _ponda 4 la razon divina, para que quede confundido en sus aberraciones y siga otro sistema que lo haga grande y feliz. Cuando tenemos la desgracia de no pensar en Dios, echamos luégo los cimientos 4 un edificio de gran— dezas temporales que nos trastornan por algunos mo- “mentos, sin acordarnos enténces que una piedrecita caera de un elevado monte, que ha de derribar el coloso que construimos de oro, plata, bronce, hierro y lodo, es decir, de honores, de riquezas y placeres. ,No es esto lo que hace 4 los hombres grandes en el mundo? Sin riquezas, sin honores, sin saber, gno es verdad que no valemos nada entre los mundanos? Asi es; pero esto es efecto de un error en que incurre la sociedad que no tiene por pauta el amor divino y el de sus hermanos. Sin embargo, la razon no admite en su santuario este error ; por mucho que quiera penetrar en él el sofisma, y aunque haga mil. conatos para denominar dicha lo que no loes en realidad, nunca arrancara del fondo de la razon las inspiraciones
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