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sélo como al fin de nuestra dicha, sino mucho mas: como al Sér perfectisimo que encierra esencialmente 1a bondad, la justicia, la santidad y todos los atributos cuya contemplacion arrastran al alma, la enamoran y la exta- sian. Mas gde qué modo se realiza en el alma este enamo- ramiento y estos éxtasis? Sellada desde su primer al— bor con el conocimiento de Dios, entra en el vasto teatro de este mundo ; en sus primeros afios apénas comprende ni su propia existencia; levanta sus miradas al firma- mento, y ni advierte la armonia de los cielos, ni exa- mina sus movimientos; ni conoce las causas de la luz : ~~ del dia y de las tinieblas nocturnas; las flores le encan- ; tan con sus aromas y colores, las avecillas le distraen, los ménstruos le aterran, las tinieblas le llenan de pavo- rosas ideas, la naturaleza toda es para el alma por en- ténces un objeto quiza delicioso, quiza indiferente , pero que no suscita ninguna idea filoséfica ni instructiva ; tal es el estado del alma en sus primeros afios, estado de ignorancia, que predica de un modo asombroso la exis- tencia de una gran herida causada por el pecado. Pero jdejad que el tiempo obre , que se desarrollen los érganos sensitivos, que llegue el fonbip a una edad conveniente, y enténces no elevard el hombre sus ojos al cielo sin ad- | vertir que le esta anunciando la gloria de Dios, y con- venciéndose de que sus astros son obra de la mano divi- na, no se detendré en los objetos terrestres sin pregun- tar 4 la naturaleza, para que le instruya! Enténces, arro- bado entre tanta belleza criada, se dira 4 si mismo: «gi tan hermoso es el cielo y la tierra, gcuanta no sera la hermosura del que los crié? Si tantos goces y encantos causan 4 mi espiritu las flores, las plantas, los frutos, acuanta dicha no me espera en la contemplacion de una belleza tanto mas lisonjera para mi, cuanta mayor analo- gia tiene con la espiritualidad de mi alma?» Deseoso de adquirir, ansioso por poseer, y no encontrando en lo vi- ¥

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