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sus, cémo sentado junto 4 las riberas del Ebro, apénas tie- ne una insignificante escuela; alli, como en otro tiempo su Maestro entre los olivares, alza sus manos al cielo pidiéndole consuelo en tamaiia desventura. «Es posible, diria 4 sus discipulos, es posible que en esas ciudades populosas, fundadas por los Césares de Roma, haya un pueblo tan enemigo de su propia dicha? gEs posible que no crean vuestros compatricios y mis hermanos en aquel Dios que ha muerto por su amor? 4Es posible que yo he de dejar este suelo predilecto regado con mis sudores, sin que se haya plantado en él la Cruz, sin que mi Maestro sea adorado, y sin que queden diesipniog de la verdad? » % Asi oraba con sus recien-convertidos el Apéstol de la Iberia. ; Ah catélicos! No hay lenguas para explicar dig- namente lo que enténces pasaba; era llegado el momento venturoso para nuestra querida patria, en que la hermosa planta de Maria la iba 4 santificar. Cuando Santiago diri- gia al cielo su oracion por la Espafia iddlatra, se apresta- ban los serafines para tomar en sus alas 4 su Reina,y en trono de esplendorosas nubes trasportarla 4 la nacion que era su hija primogénita. Repentinamente fulgura en las margenes del Ebro una inmensa rafaga de luces ce- lestiales, en cuyo centro aparece con rostro amable la Madre de Dios; una mirada apacible de este noble per- sonaje infunde en los discipulos una extatica alegria, y - de aquellos labios de carmin salen estas palabras: «No te turbes, hijo querido, que tantas veces fuiste compaiiero de los trabajos de mi Jesus; esta tierra es tierra de ben- - dicion; sus moradores han de abrazar la fé de tu Maes- tro, y la Religion echara tan hondas raifces, que se perpe- tie hasta la consumacion de los siglos; aqui mismo alzaras un templo, y yo estaré en él como en mi propia casa, para que los iberos sepan que ellos son mis hijos, .y yo soy su Madre.» Dijo, y con ligero vuelo los angeles se TOMO II. 30

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