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rias y en tropos, ora en representaciones personales , ya la Madre virgen, ya el nombre de su Nifio, ya la virgini- dad perpetua de Aquélla; aqui la mansedumbre, la hu- mildad y paciencia del Redentor; alli la fuerza, el poder, la gloria de su Madre; en fin, todo cuanto sucederia desde que el angel saludé 4 Maria en Nazareth hasta que su Hijo la hizo Madre de los hombres en la Cruz , pues todas las profecfas y simbolos del Testamento Antiguo tenian por objeto 4 Jesucristo y 4 su Madre como Redentor y Corredentora, y 4 los hijos desgraciados de Adan como séres que entraban nuevamente en el goce de los dere- chos perdidos, en la adopcion de hijo de Dios y de Maria. La realizacion de esta gran idea que ocupaba la aten- cion de todos los espiritus, debia hacerse en la cima del _ Gélgota, quedando consignada para siempre en el testa- - mento del Dios moribundo. Bien digno es de notarse, amados mios, cuanto ocurre en este momento soberano. Dios esta para morir, y no quiere espirar sin haber dntes dejado a los hombres todas las riquezas de que es dueiio; no posee bienes terrenos, pues desde que aparecié entre los mortales hizo profesion de la mas rigida pobreza, no ' queriendo nacer en casa de su Madre, sino en un establo, y llegando 4 su ultimo trance sin tener donde reclinar su cabeza. La redencion del hombre no quedaba consumada sino con el legado de amor que Dios dejaba al mundo, y era éste el perdon para buenos y malos, para amigos y enemigos; era éste el elevar al hombre al rango que no pensaran poseer ni los mismos serafines; tener derecho a todos los cuidados que Maria habia dispensado 4 su Hijo durante la vida de Este sobre la tierra; poder decir con toda la efusion del corazon, hablando con Maria, «ti eres mi Madre, yo soy tu Hijo,» es la sublime posicion que adquiere el género humano desde el momento que el moribundo Jesus dirige su Madre y al discipulo las ulti-

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