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oo a ; 449 ~ vador que esperaban los hombres; pues aun tenemos entre nuestras manos los” monumentos que atestiguan la espe- ranza que reinaba en casi todas las naciones sobre la pré- xima aparicion de esta Mujer y de su Hijo. Ahi estan los Druidas de las Galias, que poco antes de la venida de Je- -sucristo alzan un altar y colocan en él una estatua de una virgen con su niiio en los brazos, teniendo en su pedestal esta inscripcion: «A la virgen que ha de alumbrar.» Vir- gini pariture. Ahi estan los hijos de Romulo, esos idéla- tras por antonomasia, que formaran legiones de dioses, adoptando los errores de toda la tierra y doblando su ominosa cerviz 4 las supersticiones de todo pueblo que conquistaban, como dice San Leon.; ahi esta, repito, esa nacion que guardaba tan escrupulosamente los libros de la Sibila de Cumas, contemporanea de Héctor y de Aqui- les, en cuyos oraculos se leian estas palabras: « La Vir- gen, el divino Nifio, la adoracion de los pastores , la ser— piente estrelladay confundida, y la edad de oro que vol- via al mundo ;» ahi estén, por fin, todos los pueblos que esperaban generalmente al Mesias y 4 su Madre para cambiar su suerte: la creencia era universal, y en conse- cuencia no podia ser errénea; porque no es posible que un error sea general en la tierra. En conclusion, sefiores; todos los mortales se creian privados de un gran bien, y esperaban poseerlo; todos confesaban implicitamente su orfandad, su desamparo, y creian que algun dia tendrian un Salvador y una Protectora que los ampararia como Madre compasiva. Entre los iddlatras era esta idea una especie de fabula, era el ultimo y palido destello de la luz de la revelacion que los Patriarcas legaron 4 sus des- cendientes. Entre los hebreos era la revelacion misma, pues, como depositarios de las promesas, conservaban las profecias, no sdlo como una gloria nacional, sino como un legado de la Divinidad, que en difttuntes épocas les habia manifestado , ora en tipos y figuras, ora en alego- TOMO III. 29