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fe P c “Alla en la Palestina habia una insignificante ciudad, tan pobre en edificios como infecunda en hombres gran- des, pues no creian los hebreos que pudiese salir de ella nada bueno. Esta ciudad era la, morada de un hombre — justo, quien se uniera en santo enlace con una joven, oriunda de su misma familia, y ambos poseian en ella una desmantelada habitacion, fabricada por sus antepa- sados, descendientes todos del rey David. Era pobre, mas bien podia tener sobre el dintel de su puerta un es- cudo con setenta coronas, mil banderas tomadas al ene- migo, y mil lauros de otras tantas victorias; aqui habi- taba la Virgen profetizada por Isaias; aqui fué donde des- cendié un principe celestial con una embajada del Rey de los siglos; aqui pronuncié Maria aquel: Hdgase en mt _ segun tu palabra, cuyos ecos alegraron 4 los angeles, consolaron 4 los justos y aterraron 4 los demonios; aqui el Verbo humanado yivi6 cerca de treinta aflos, ocupdn- dose en todos los oficios de humildad en compaiiia de su Madre. ;Ah! Ni un solo palmo ha dejado de ser santifi- cado con las pisadas de Jesus y Marfa; aquellos pobres. muros han sido tocados mil y mil veces con sus sagradas manos, han sido testigos de sus lagrimas, de su humildad, de su modestia, de. su pobreza, de su resignacion y de sus amarguras; aquella pobre techumbre esta como divi- nizada, pues han pasado por ella todas las aspiraciones amorosas que Jesus y su Madre han dirigido al cielo, y ~ hasta la brizna de yerba de la modesta terraza esta reci- - biendo una savia que mds tiene de naturaleza celestial que terrena. Sucedia todo esto hace mil ochocientos cincuenta y nueve afios. {Qué época aquella, amados mios! Enténces tambien existia la hermosa Jerusalen, realzada con sun— tuosos palacios de marmol, con alcazares soberbios y con un templo maravilloso; tambien se viera enténces la gran Alejandria con su inmensa biblioteca, con sus bafios, con

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