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7 pa afcigitta 424 en que aparecié el Verbo divino, ensefiando 4 los hom- bres con sus propios labios. Se admiraban los discipulos al ser testigos de tantos portentos; muertos resucitados, leprosos limpiados, tullidos y paraliticos sanados de re- pente, tempestades apaciguadas,, panes multiplicados, elementos transubstanciados, eran el espectaculo cotidia- no de los Apéstoles. Y gqué les dijo el Salvador? Una vez les manda que vayan a predicar, y les dice que «cu- ren 4 los enfermos, resuciten 4 los muertos, sanen 4 los leprosos , y arrojen 4 los demonios de los cuerpos.» En otra les asegura «que quien crea en f£} hara las mis- mas maravillas que El, y dun otras mas estupendas.» En otra les afirma con juramento, «que si tienen la fé de Dios, y en caso necesario dijeren 4 un alto monte, levantate y precipitate en el mar, y no dudaren en su corazon de que sera cumplido cuanto El mande, asi sucedera como lo desea.» Y, en efecto, los Apdstoles y disc{pulos tienen tan- to imperio sobre la naturaleza, que marean casi todos sus pasos con un milagro; los sudarios de Pablo son enviados » 4 los enfermos, y basta su tacto para verse libres de las mas inveteradas 6 incurables dolencias; Pedro hace tan- tos milagros, que se ponen los tullidos y calenturientos en la parte opuesta al sol, para que 4 lo ménos les toque la sombra del Apéstol de Jesus y queden sanos. Los mar- tires hacen tantos milagros, que todos los adivinos, agore- ros y magos del paganismo tienen que confesar por fuer- za, con los adivinos de Faraon, que el dedo de Dios esta obrando en aquellos hombres. Aqui se pasean entre lla- mas con la misma serenidad que si estuvieran en un ame- no vergel, gozando la frescura de los céfiros; alli los tigres y leones deponen su fiereza, azuzada con el ham- ini Ms bre, y en vez de devorar las victimas, se postran & © sus plantas y las lamen con carifio. En una parte alzan su voz imperativa, y repentinamente el cielo fulmina ra- yos, la tierra abre sus fauces, los templos de los idolos