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las mejillas de rosa de Junio; aquellas manos de alabas- tro engastadas en rubies y jacintos; todo aquel conjunto de gracia y hermosura que era su encanto en los dias que tuvo la gloria de ser madre y virgen. Venfa despues — aquella gracia y sabiduria que fué desarrollandose poca & poco en su adorado Hijo, hasta el extremo de haber con- fundido 4 los sabios siendo auin de edad de doce afios; su _ predicacion, sus milagros, sus virtudes, las aclamaciones de los pueblos, sus... jah! Yo no diré ica cosa, porque no quiero referir invenciones, sino realidades; Maria no pudo concluir de traer 4 la memoria todas las grandezas de su amado Hijo; volvidé de su éxtasis, lo miré , lo abrazé de nuevo , y apénas pudo reconocerlo. Y, en efecto: gcdmo era posible reconocer en aquel cuerpo descoyuntado al hijo mds hermoso entre los de los hombres? gQué madre veria la imagen de su hijo, que nacié entre las aclamaciones de los angeles, en un cada— ver que ha muerto 4 fuerza de azotes, de tormentos y cruz, entre las blasfemias é imprecaciones de un pueblo atrozmente inhumano ?4Era posible hallar identidad entre el hijo que con sola una mirada la causaba los goces celestiales, y entre el cadaver que yacia sin movimiento y sin figura humana? {Momento cruel! A cualquiera parte que Maria quiera volver su vista, no hay el mas pequefio vislumbre de luz ni de consuelo. Si mira 4 Jerusalen, jqué espanto! si mira al Calvario, ; qué horror! Alli es donde se fragué la ruina de su hijo en muchos concilidbulos tenidos al efecto ; de alli salié cargado con el madero ignominioso en que ha- bia de espirar; alli ha sido comparado con ladrones y fa- cinerosos; alli se estan preparando las fiestas de regocijo publico por su muerte; alli, por fin, han oseurecido sus ignominias las glorias que tuvo en algun dia de triunfo. Aqui, sentada sobre una dura piedra, ve enarbolada la cruz, tendidos los clavos y las espinas, arrojados los

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