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atroz inhumanidad. Pasado aquel primer momento en que el amor saciaba sus inocentes apetitos, entra la calma; examina al Hijo.., ; Dios santo! ; Qué horror! «jQuién, le dice, quién, hijo mio, te ha desfigurado de este modo? ¢ Quién ha rasgado tu hermosa boca? 4 Quién ha agujerea- do tus manos y piés? ,Quién ha deshecho tus mejillas? 4Dénde esta tu pecho? gDénde tus ojos y tu frente? , Dénde tu cabellera? gDdnde tus carnes purisimas?» El Hijo no responde; su cabeza esta caida hacia el suelo; sus bra— zos son dos flores marchitas con el ardor de! sol que se inclinan hacia la tierra; su corazon no palpita; sus labios no tienen movimiento; sus pupilas estan cubiertas con el negro manto dela muerte. En vista de tan inmovil actitud , habla de nuevo la Madre, llama al Hijo, lo in- terpela : «Hijo mio, le dice: j qué! zno me amas? jqué! gno soy yo tu Madre? jqué! no quieres corresponder al amor mas puro, mas noble, mas sincero, mas intenso y mis grande que ha habido ni habra en la tierra?» Pensad, amados mios, qué resultado tendria este pen- ssamiento en el corazon de la Madre; imaginad cuanto querais; internaos en las invenciones dolorosas de la mas ‘acalorada poesia ; contemplad 4 un hombre qué despues de haber estado combatiendo toda una noche borrascosa con furiosa tempestad, ora envuelto entre ondas salobres que lo sepultaban en el lecho del mar, ora alzdndolo el impetuoso vendabal hasta las negras nubes, ora confuso con los horrendos bramidos del mar embravecido; consi- deradlo cémo al asomar la aurora entre tanta tormenta, con un rayo de esperanza, se abre inesperadamente el débil lefio donde ha combatido con los elementos, y ca- yendo en la superficie de las aguas, es traido, llevado, mordido, sepultado y despedazado por las olas, tablas, jarcias, remolinos y ménstruos marinos, que se disputan la presa: imaginad hasta qué punto llegarian las penas y angustias de un ndufrago de esta especie; pues no hay

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