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el altar del incienso, el-propiciatorio, los querubines , los incensarios y los vasos , todo de oro; pero gqué valia la figura para satisfacer los planes de Dios , que es la reali- dad por eseucia? Por muchas que fuesen las riquezas: de aquel templo, no valia éste tanto como la iglesia des- mantelada del pobre misionero catélico que habita entre los infelices indigenas de los Andes , porque aquello era figura, miéntras esto es la realidad. La ereecion de los templos cristianos era la idea eter- na que Dios tuviera, pues eran necesarios para el mismo ‘Dios , desde que determin6 vivir entre nosotros como un hermano, en el seno de sus mas tiernos objetos. ;Cosa extraiia y singular! El Verbo humanado forma su colegio de Apdstoles; los tiene a su lado tres afios ; al despedirse de ellos para morir, deja instituido el augusto Sacramen- to de su cuerpo y sangre; espira en una cruz , resucila, sube glorioso al cielo, y en el discurso de todas sus con- versaciones con los discfpulos, no encontrareis ni una sola palabra en que les insintie la ereccion de las basilicas para conservar el divino Sacramento; les anuncia perse- cuciones, les declara todos sus proyectos, los llama’ sus amigos, que es lo tiltimo que Dios puede decir al hom- bre; mas de templos nada les dice, sino es que aquel que Salomon edificara era la casa de su padre, y que no _ quedaria de él piedra sobre piedra. Se vé aqui claramen— te que el Hijo de Dios dejé al fervor de los creyentes el cargo de corresponder al amor divino, sin querer hacer por su parte mas que inspirar; y... glo diré , amados mios? 4Diré que la humanidad ha correspondido admirablemen- te a las miras y designios del cielo? Si, debo decirlo, para gloria del Sefior; debo decirlo tambien, en honor de la misma humanidad; debo decirlo, para poner en su lugar el honor de los siglos pasados , el de nuestros abue- los, el de las generaciones que nos han precedido, y, por fin, el _vuéstro propio. ‘

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