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nuevo para el hijo, no son nuevas para el padre, que ya las ha premeditado de antemano. Bien comprendeis que estoy hablando de los templos, de los altares y titulos que han alzado los hombres para honrar 4 la Divinidad; de esos lugares sagrados en que habita mas especialmente Dios con su gloria y majestad; de esos monumentos en que se ve la mano del hombre rivalizando en cierto modo con la mano divina; de esas basilicas estupendas en cu- yos relieves, consagrados con la presencia de la divinidad y con los ecos de la armonia religiosa, encuentro escul- pidas en caractéres indelebles las inmortales influencias de la f6, que desafia 4 los tiempos y los vence; de esa fé que, al colocar la primera piedra de un templo, dice llena de entusiasmo al Dios.4 quien lo dedica: «jDios mio, Rey de los siglos, un dia mandaste que se tendiera una béveda celestial que me cubre y alegra; que los astros me alum- brasen dia\y noche; que la tierra brotase mil y mil her- mosuras; que me obedeciesen los mismos leones del de~ sierto; que los angeles me guardasen, y que toda la na= turaleza se moviese en pré de mi mismo; yo os adoro; Tu hicieras esto por mi bien; yo te lo agradezco, y en testi- monio de mi amor y de mi gratitud, coloco esta piedra, que ha de ser llamada casa de Dios: Ht lapis iste vocabitur domus Dei. En.todo ésto se advierte que hay un cambio entre Dios y.el hombre; Aquél echéd mano de su poder para gloria suya y para bien del hombre, y éste, agradecido & los he- neficios del cielo, pone en juego todas. sus potencias para aumentar, si fuese posible, la gloria misma que el Cria- dor tiene en su esend¢ia. infinita. ;¢6mo podia el hombre agradecer 4 Dios lo que éste hiciera por él? Claro esta que - dando 4 Dios el corazon, con todos sus deseos 6 inclina- ciones. Pero en esto nada hay de visible; es un culto in- terior, que no es conocido sino del que lo da y del que lo recibe. Es este sin duda el honor mas grande que la Divi- ‘
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