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y en el silencio de una noche apacible, entra el Redentor en el huerto, 4 esperar la hora de la batalla; aqui va a aguardar 4 sus adversarios, de pié firme. Pero ; qué mu~ tacion tan repentina! Este mismo Jesus, tan animoso; éste Jesus que habia dicho antes de ahora 4 sus disci- pulos que debia ser bautizado en su propia sangre, y suspiraba porque llegase este momento, al verse en el campo de la pelea se estremece y tiembla, descubriendo - &sus Apéstoles que su alma esta triste hasta el extremo de morir: Zrristis est anima mea usque ad mortem; les manda que lo acompaiien y oren con El; divide su corta fuerza en dos grupos; ocho quedan como en expectativa, tres son llamados junto 4 su persona, y con ellos se in- terna un poco mas en la soledad, y en presencia de ellos se postra en el suelo, pega su rostro contra la tierra, adora dsu Padre, y con los ojos y manos levantados al cielo, tristes suspiros exhala, y con voz entrecortada, al padre suplica que, si es posible, pase de £1 aquel amargo caliz ( Mathei, cap. xxvi, vers. 39): Pader mi, si possibile est, transeat & me calia iste. No nos cause admiracion el ver que el Dios fuerte cuyo dedo sostiene el mundo se vea tan debilitado; no nos admiremos que el que con su voz hiende los robustos cedros y hace temblar 4 la tierra con su soplo, sea devorado por las angustias; este Jesus es el mismo que con una sefial de su mano apaciguaba tem-_ pestades; el mismo que vaciaba los sepulcros; el mismo que sanaba repentinamente 4 los paraliticos y estropea- dos; pero desde que se ha dado la sefial de la pelea; des- de que ha salido 4 la arena contra el demonio, ha sus- pendido en cierto modo su fuerza divina, y deja obrar la naturaleza humana; el primer esfuerzo que ha de ha- cer lo ha de emplear en vencerse 4 si mismo antes. de vencer & los demas; porque su alma es como las nues- tras, y aunque fué impecable, mas se revistié de aquella debilidad que nosotros contrajéramos por el pecado, de-

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