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i a a ae 2 a ellas si el cielo est aplacado 6 irritado. Los primeros _sacrificios caracterizan las edades antiguas, aquellas que casi vieran 4 los primeros padres de la humanidad y oye- ran de sus labios la pureza é inocencia del culto que de- ben los hombres 4 Dios; los segundos nos revelan los tiempos de la barbarie, en que, olvidandose los hombres de las tradiciones religiosas , no glorificaron al Sér divi- no ni respetaron los derechos humanos, sino que se em- . brutecieron bajo el imperio despético de las pasiones. Mas en estos sacrificios, que casi en su totalidad po- demos llamar criminales, se descubre siempre una creen- * cia universal, que es la necesidad de aplacar la ira del cielo con la sangre de victimas puras y sin mancilla. Asi es que en Ja época de la mayor pureza de ideas vemos que los sacrificios que se ofrecian al Dios verdadero, 6 bien 4 ntiimenes secundarios cuya existencia creian los pueblos gentiles, eran de animales cuyo caracter y na- tural es la mansedumbre: el cordero, la ternera, el toro; las avecillas mas candorosas, la paloma, la tértola, eran las victimas que teilian los altares con su sangre, y nun- ca se vieran sobre las aras ni al tigre, ni al halcon, ni 4 ningun animal feroz y carnivoro. g¥; por qué? Porque Ja sangre de éstos era, entre los irracionales, la mé- nos a propésito para aplacar 4 Dios, pues si pudiese ha- ber crimen donde no hay libertad ni razon, diriamos que eran criminales estos animales, porque para vivir nece- - sitan de que otros mueran entre sus dientes y sus garras - formidables, al paso que los otros, sin ofender 4 nadie, se alimentan de las yerbas de los campos y viven en paz con el hombre. Eran estos sacrificios inutiles, eran criminales; pero todos unanimemente atestiguaban la necesidad que tenia _ la naturaleza humana de un sacrificio expiatorio, en que el inocente muriese por el culpado. Jesucristo, amados mios, vino 4 confirmar esta gran idea que la humanidad

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