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_ los pecadores, se encruelecen contra su Dios, arrastra— dos por la fuerza de una pasion, 6 bien le ofenden. sin conocer toda su bondad; pero Judas lo va 4 entregar des- pues de haber visto los mayores testimonios de su divi- nidad, de su amor y caridad para con El, y 4 pesar de ellos lo odia, lo aborrece, lo detesta y ‘ieee como si ‘ogee su enemigo mas cruel y sanguinario. Esta demostracion de amor tan nueva no podia mé- nos de excitar en el apostolado una admiracion mayor _-que la que les causdran los milagros de Jesus; como mas allegados 4 £1 que la plebe, habian entendido de su mis- ma boca su origen y naturaleza divina. Sabian que Jesu- cristo era el Hijo de Dios, y al ver los muertos resucita- dos 4 su voz, las aguas consolidadas 4 sus plantas, las tempestades apaciguadas y los demonios arrojados, si bien se admiraron por.la singularidad de estos hechos nada comunes, pero no les debia causar una admiracion extraordinaria, sabiendo que el mismo que habia sacado de la nada todas las cosas, podia hacer de ellas lo que le agradase; mas al arrojarse a sus piés, todos quedaron so— brecogidos , porque esto era cosa nueva, porque su espi- ritu no podia comprender que el grande, el omnipotente, el sdbio por esencia, se humillase ante unas criaturas tan pequeiias , tan ignorantes y tan limitadas como ellos eran. Esta admiracion la expresa Pedro con su acostumbrada fogosidad y viveza; siendo el primero entre los Apdsto- les, no puede callar al observar que su Maestro, vestido con aquel traje abyecto, se postra 4 sus plantas con de- signio de hacer otro tanto con cada uno de los de- més. «Sefior, le dice lleno de espanto. ‘y temor ; Se- for, gti me lavas los piés?» Domine, tu mihi lavas pedes? Como si dijese: Ti, sobre quien se han abierto los cielos bajando el Espiritu Santo sobre tu cabeza; Tu, cuya divinidad he confesado publicamente; Tu, 4 quien he visto en el Tabor més hermoso que el sol, re- re eats
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