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opipara eran palabras que salieron muchas veces de los labios de Jesus y manifestaban lo que encerraba su cora- zon. Queria preparar los animos de sus discipulos para el gran convite, donde cada uno de los asistentes tuviese, no una parte de comida sefialada, sino todo entero el Cor- dero de Dios, embriagandose en el vino de su amor, y empapando toda su cabeza en el precioso aroma del dleo de Ja caridad. (Psalm. xxn, versiculos 7 y 8.) Grande y de incalculable importancia debia ser este convite, cuando, por una parte, era su idea como el pen- . samiento intimo de Jesus, y, por otra, este Dios sapien- tisimo empez6 4 hacer los preparativos para su institu- cion tan pronto como dié principio 4 su predicacion. Y realmente es asi; porque si bien todas las obras de Dios son maravillosas, hay algunas en que resplandece de un modo sorprendente toda la sabiduria y omnipotencia con los demas atributos de la Divinidad. Precisamente el misterio de la Sagrada Eucaristia era el compendio de todos los prodigios del amor divino h4- cia el hombre. No es, pues, extrafio que Jesus hable tan- tas veces 4 las turbas del amor de Dios hacia los hombres, de la necesidad de comer la carne y beber la sangre de la victima de propiciacion ; la obra era grande: se trataba nada ménos que del exceso del amor divino, del esfuerzo de su omnipotencia, y pensaba de continuo en ello el amable Jesus. Asi es que, despues de haber hablado tan- tas veces del convite celestial , en que fl seria el manjar, llegado el momento, mandé 4 los dos discipulos que mas se distinguian por el amor al Maestro, a fin de que pre- parasen cuanto convenia para el convite legal que habia ‘de preceder al del amor; asi es tambien que, apenas se sienta Jesus 4 la mesa, pronuncia una sentencia infla— mada en amor, y viene 4 ser como el desahogo de un co- razon largo tiempo oprimido por un deseo que se ve cum- plido, 6 & punto de realizarse, diciendo 4 sus discipulos:
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