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156 Por esto Jesucristo predicé con las palabras y con el ejemplo esta virtud, como que es la mas esencial al hom- bre para salvarse; asi nos enseiia en esta accion que de- bemos prestarnos mtituamente todos los servicios de ¢a- ridad representados en el mas infimo de todos , socorrien- do al menesteroso, visitando al enfermo, enseiiando al ignorante y sacando del camino de perdicion 4 nuestros hermanos que se extravian; y sobre todo, dice San Agus- tin (tract. tv in Joan.), perdonandonos mituamente las ofensas, sin que quede en nuestros corazones resenti-— miento contra nuestros préjimos, ni memoria de sus agra- vios; porque asi obraremos como Jesucristo, que, una vez perdonadas nuestras culpas , no vuelve a acordarse ee ‘ellas. (Ezequiel, xvmt, vers. 22.) Verdaderamente se puede decir que Jesucristo no bajé del cielo sino para ensefiarnos esta virtud, pues toda su vida es una escuela practica de humildad, y sus pala- bras no respiran sino humildad. «Aprended de mi, dice, que soy manso y humilde de corazon; bienaventurados los pobres de espiritu;» es decir, los que no tienen espiri- tu hinchado y orgulloso. «Si no os hiciéreis como los ni= ios, no entrareis en el reino de los cielos.» Todo esto y mucho mas nos dijo Jesucristo para que comprendiése- mos que la humildad es la que conserva la inocencia en los justos, y la que mantiene el espiritu de penitencia y dolor en los pecadores arrepentidos. En el cielo hay infi-- nitos moradores; no todos son martires , no todos fueron virginales, no todos brotaron rios de elocuenca, no todos fueron extaticos en la contemplacion; pero todos fueron humildes: los justos en su inocencia, los pecadores. ar= repentidos en su penitencia. Si queremos, pues, ser par- ticipantes de la gloria de Jesus, que es nuestro Sefior y Maestro, es preciso que nos reconozcamos como sus es- clavos, obedeciéndole con humildad, y que sigamos sus preceptos. No hay medio: 6 ser humilde y vivir con Je— s ont. eins ies

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