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_ ‘venas y empieza a brotar por los poros con tanta abun- dancia, que riega Ja tierra. ; Ah! ; Espinas crueles! ; La- tigos inhumanos! ;Clavos sanguinarios, embotad vues— tras puntas! Jesus no tiene necesidad de vuestro furor, pues El mismo se ha sacrificado por su propia voluntad, £) mismo se ha puesto en el tiltimo trance de su vida; los angeles tiemblan al sostenerlo en sus brazos. ; Temblad vosotros, hombres perversos, que pretendeis sacrificarlo! 4Quién no se espanta al ver al Dios fuerte tan acaba- do y temeroso? ,Quién no se pasma al considerar al Dios sapientisimo casi espirando entre las agonias que le causa su misma imaginacion? Al examinar esta escena de do- lor, parece que Dios pierde toda su gloria y majestad, y ciertamente es asi: «la majestad y la misericordia divina aparecen en el huerto mas que en otra parte alguna,» dice San Agustin; se ve-en estas agonias de Jesus que quiso revestirse de nuestros sentimientos; por mi se entriste- cid, afiade el dicho doctor, y dejada 4 un lado la exten- sion y grandeza de su majestad divina, sintié el tediode — mi flaqueza.» No deroga a la divinidad de Jesus la tristeza que voluntariamente quiso sufrir por los hombres; te- niendo presentes los tormentos que iba 4 padecer,, y circu- lando por sus venas la sangre que iba 4 derramar, llo- raba enténces por todos los pecados que no habian sido llorados; lloraba nuestras ingratitudes y demostraba sen- siblemente que se hizo semejante en todo a sus hermanos, siendo tentado y atribulado como ellos, por la semejanza que tuviera en todo (Heebr., cap. x1, vers. 15), aunque no habia contraido el pecado; nos haria conocer, por fin, las — funestas consecuencias de la culpa, pues para entrar en lid con ella tuvo Dios que hacer los mas agigantados es- fuerzos. Hé aqui, amados mios, el primer encuentro de la gra- cia con el pecado, en el cual éste queda destruido y aqué- lla sale victoriosa ; la parte inferior del alma de Jesus se
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