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guirnaldas que el mundo les consagr6; pero eran catdli- cos, y cuando llegaba el momento de encender la antor- cha de la fé para registrar su propia conciencia y exami- nar si entre las flores con que él mundo entretejia esas guirnaldas se encontraban algunas que no respirasen _ suavidad de virtud, 6 alguna que verdaderamente fuese ‘fétida, dejaban desnudas sus frentes, humillandose ante _la presencia divina, y confesando que lo bueno que ha- bia en ellos era de Dios, y lo malo de su propia miseria. Lo que aquellos sabios, ensefados por la fé, hacian cuan- do vivian en la tierra, eso mismo haceis vosotros en este dia, ensefiados por la caridad, pidiendo al Sefior que se digne abreviar el tiempo de Ja expiacion por las miserias de la vida en que pa incurrir, y los lleve 4 los go- zos del paraiso. Pero ademas dais testimonio solemne de vuestra ca- tolicidad poniéndoos en contacto con el reino de las co- , sas invisibles; lo que no es posible ejecutar sin que el alma tenga convicciones profundas. gY cudles son éstas? Las que la Religion imprime en nuestros corazones, en- sefandonos que ninguna de esas cosas transitorias que tanto halagan los sentidos son dignas de llamar la aten- cion del hombre, destinado 4 cosas mas grandes, mas nobles y mas sublimes. Seguramente, mas de uno de aquellos por quienes rogamos hoy al Altisimo, se vieron - colmados de favores humanos; muchos, ademas, se vie- ron favorecidos de bienes de fortuna, y no pocos de los que han cultivado las ciencias en aquellos tiempos y en los presentes, pertenecian 4 la clase de esos hombres ilustres, que las majestades terrenas llaman cabe sf para que rodeen sus tronos como sus primeros defenso- res. Pero no es esto lo que recordamos en este dia, ense- fidndonoslo asi, no sdlo la Religion, sino hasta la sana — filosofia. No es el oro, no son las riquezas, no las gran= dezas humanas, lo que da al hombre renombre perenne

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