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forjando su obra, no veo sino un horno de fuego donde: todos se apresuran 4 acudir de todas partes para dar el temple 4 su composicion. Hé ahi lo que mas llama mi atencion: todos, sin distinguirse el cenobita del soldado, ni- la religiosa del hombre de mundo, acuden a ese fuego, purificando en él todos los materiales y sacdndolos sin — escoria, brillantes y hermosos. Ese fuego es la fé catélica. En prueba de ello, voy 4 hablaros de uno de los hom— bres de aquel tiempo, 4 quien no he nombrado con los de- mas, por una razon que no se os oculta. En el reino de la literatura épica es él el principe , y no es justo mezclar el nombre del principe con los de los vasallos. Sobre esa- tumba que nos recuerda la defuncion de ese genio de las. letras, se ostenta un libro donde esta. escrito su nombre. jLibro ex traordinario! No es sagrado, y sin embargo tie- ne lugar en el santuario; pero si no es sagrado, tampoco- es del todo profano , porque encierra muchas sentencias que han salido de los labios de Jesucristo, muchos do-- cumentos de vida dados por el Espiritu Santo, y precep— tos sin numero de moral cristiana, cuya observancia con- duce 4 la perfeccion. Puede llamarse el libro de los chistes, de las gracias, de las agudezas, de los donaires, y, para decirlo de una vez, el libro de las risas; pero apenas hayen él una sen-- tencia que engendre hilaridad, sin que sea esa misma sentencia una espada de dos filos que penetre el corazon y le ensefie el camino de la rectitud, y Ie pinte los peli- gros que acompatianalos viciosos, y sobre todo a los hom- bres de vida ociosa y desquehacerada. ;Cosa singular! En un libro que no es sino la epopeya de un solo hombre, concebida por una imaginacion exuberante en riquezas; en una obra donde se describen aventuras imaginarias, viajes que nunca hubo, locuras que pudieron existir, ha- zafias que ni 4un se suefian; en una composicion de que forman parte altas princesas, hombres de gran valer,
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