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Oigase la relacion sucinta de este progreso, y aparece- ré esta verdad tan clara como la luz del mediodia: al concluir el siglo primero, estaba difundido en todo el mundo conocido el Evangelio de Cristo: dos siglos despues, el imperio romano se sobrecogié al ver que, sin rlo ni sospecharlo, era casi todo él cristiano: abriase el siglo sexto, presentando el espectaculo de haber con- quistado la Iglesia para si 4 los mismos barbaros que ha- bian destruido el vasto imperio de Roma pagana: cerra- base el octavo, teniendo ya Cddigos de leyes civiles, po- liticas , administrativas, internacionales, de guerra, de — paz, de derechos, de deberes y de cuanto contribuye 4 que los hombres vivan en armonia y concordia. Y cam— pea entre las naciones y las: precede 4 todas nuestra glo- riosa Espaiia, que, ya en el siglo sexto, publicé su Cédigo fundamental de leyes, aquel Codigo que dispone que la Espaiia sea una_en la fé catdlica, que tenga Reyes de su propia sangre, y que estos no puedan serlo si no profe- san la Religion santa catdlica apostélica romana. Y estas leyes las formaban el Rey, los Prelados y los grandes del reino; pues el Rey entraba en el Concilio, se arrodillaba, _ decia la confesion y recibia la absolucion, entregaba las leyes al Concilio, y despues se salia, dejandolo en plena li- bertad para que las discutiera. Y otro tanto sucedié cien afios despues en casi la mayor parte de Europa, a la cual se extendieron los Capitulares de Carlo Magno , compues- tos en Francfort y en Ratisbona por el mismo Emperador, ayudado de los Obispos: empezaba en el undécimo y con él la conversion 4 la verdadera fé de los pueblos de la Finlandia, del Baltico, de la Panonia y de otros que atin © conservaban las supersticiones paganas: llegaba el déci- - motercio, y ya se estaba imponiendo respeto a los isla-

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