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el derecho de Ja fuerza, el despotismo del principe, los delirios de una cosmogonia sin érden, formandose en se- guida la unidad de ideas, la unidad de creencias, la uni- dad de cuerpo, la unidad de cabeza, la unidad de pensa- mientos, la unidad de accion, y la unidad de empresa, la unidad de la gran empresa que expres6 Jesucristo cuando dijo que unasola cosa era necesaria (Luc., cap. x, vers. 42), y que su Apéstol declaré con amplitud cuando dijo: «Esto solo , que, olvidando lo que queda atras, y exten- diéndome hacia lo que estd adelante , prosigo segun el fin propuesto al premio de la soberana’ vocacion de Dios en Jesucristo.» (Philip., cap. mr, vers. 14.) Hé ahi la unidad establecida por Jesucristo, como principio, medio y fin de la ilustracion, de la civilizacion y de la felicidad temporal y eterna del hombre como in- dividuo, y de la sociedad como cuerpo. Y todo hombre - desapasionado que haya estudiado la historia de la civi- lizacion moderna tiene que confesar que ésta ha. venido hasta las generaciones presentes, caminando en grado ascendente; pero ndlase mas palpablemente este movi- miento progresivo en los quince primeros siglos, los cua- les, 4un examinados someramente, nos demuestran con toda evidencia dos cosas: primera, que la civilizacion del mundo se debe exclusivamente 4 la Iglesia catdlica, de- positaria y custodio fiel de la doctrina de Jesucristo, y conservadora y propagadora de ella: segunda, que, visto el progreso que fué haciendo la ecivilizacion de siglo en glo, ésta hubiera llegado 4 su apogeo mas culminante a no haberse atravesado en el camino que llevaba algun valladar,que ha intentado paralizar su movimiento, ¥ la _ ha dado un sesgo destructor 6 corruptor de los mismos principios de ésta. ai 2 TOMO L

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