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ag negar la autoridad politica y civil'de los Soberanos. Pues negada la autoridad de aquel 4 quien el Hijo de Dios dijo. clara y expresamente que su fé no faltaria jamas, que ~ -confirmase 4 sus hermanos y apacentaseé 4 todo su reba- fio, 4 todas sus ovejas, 4 todos sus corderos, era consi— guiente que se habia de negar la autoridad de los prin- cipes seculares , quienes, si bien ejercen autoridad por- que Dios se la da, pero no han sido nombrados Reyes y principes inmediatamente por Dios, ni mucho ménos han recibido de él la promesa formal y expresa de que por sucesion hereditaria de su dignidad han de reinar sus descendientes hasta el fin. Este privilegio ha sido. concedido tinicamente al Vicario de Cristo, quien en el reino de éste, que es la Iglesia catélica, sera el Monarca espiritual de ella hasta la consumacion de los siglos. Todas las otras sucesiones, en punto 4 coronas, reinos y principados, existen en virtud de leyes del derecho pi- blico, 6 por las de conquista, 6 por las de sucesion here- ditaria; y bien sabido es que Dios quita el reino 4 quien le place, y lo traslada 4 quien le agrada. (Dan., cap. rv, vers. 22.) Estas herejias tenian, por lo mismo, la propie- dad innata de no poderse publicar sin sembrar en el pue- blo el descontento, la suspicacia, el deseo do sacudir ol yugo de la autoridad temporal y el gérmen de la rebe- lion; y sin inspirarle ideas erréneas que atacaban la so- ciedad misma, cuales son las del comunismo, las del de- recho de soberania de los pueblos, las de la licitud de toda rebelion y las de ilicitud de posesion de bienes tem- porales en ciertas personas de la sociedad. Es cierto que este basilisco infernal habia asomado- su cabeza en los siglos que precedieron inmediatamente a la Reforma; Wiclef, Juan Hus y Jerénimo de Praga, asi como Marsilio de Padua y Juan Janduno, habian pre~ dicado la decadencia de Ja autoridad y el derecho del pueblo 4 sublevarse contra los Reyes y los principes; ij se Ni iy wie ae ane