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E 123 ates nia, que en su orgullo queria elevar su trono sobre las ~ pubes? ; Ah! Si alguno se quisiese exceptuar de este ni- -mero, podemos decirle que ni conoce el corazon del hom- bre, ni mucho ménos el suyo propio. Todos, todos sus-_ piran por valer en el mundo, bien por las riquezas, bien por los talentos, bien por los honores; todos, desde la infeliz aldeana que transila por Jas calles de la ciudad populosa vendiendo el fruto de su alqueria, sin mirar al falso paso que ocasiona su ruina, hasta el sabio politico - queen alcazar régio y entre tapices de damasco lleva con destreza los destinds del pueblo, todos aspiran 4 ser mas de lo que son; sabios y no sibios, cuerdos y locos, todos hacemos castillos en el aire, que se caen por su pro- pio peso y nos envuelven en sus ruinas. Nace esta desgraciada tendencia de unacausa justa y santa tambien , como el deseo de las riquezas. Tambien Dios quiere que seamos nobles, grandes, honrados; pero el hombre ha tergiversado los intentos del Criador, cons- _ tituyendo Este nuestra honradez ener hijos suyos y he- rederos de su reino, y aquéllos en verse ensalzados en la tierra sobre todos los demas, conmutando la gloria del tiempo, que es un soplo, por la de la eternidad, que no ., puede acabarse. Nuestra eterna dicha, segun los decretos del Sefior , consiste en ser principes y reyes del cielo, en vivir en estado de inmortalidad gloriosa ; y somos tan poco cautos, que nos aventuramos 4 perder esta dicha de la patria por una mezquina que nos ofrece el destierro. Voy, pues , sefiores,4 continuar en Ja materia empe- zada, demostrando en este discurso que la dicha del hom- bre en este mundo no esta cimentada en el fausto y va- nidades mundanas, que tanto se buscan y desean. En una palabra: «No esta nuestra felicidad en los honores y en las glo rias de los hombres.» Este es mi asunto. Virgen augusta; que bajo el precioso manto de la hu- mildad encubriste, siendo mortal, la mas culminosa dig-

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