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Dios, ni Este fuera misericordioso, ni nuestra razon en= -contraria motivos de amar 4 un Dios que permitiese que -su imagen fuera confundida con el polvo y la nada de la ‘tumba. ,Qué inferir de aqui, amados mios? Lo que antes os propuse: la existencia de una vida eterna, no sdlo como verdad revelada, sino tambien como dogma de nuestra razon y de nuestro instinto. Oidme atin por un momento. Es tan fuerte la propension que tenemos 4 vivir eter- namente en un estado feliz, que atin no ha habido hom- bre alguno que haya negado la existencia del cielo. Leed la historia de todos los siglos: el fanatismo de los here- jes no ha dejado de atacar un solo dogma; las verdades mas sdlidamente establecidas han sufrido choques horri- bles, que la falsa razon las dirigiera por medio del sofis- ma. Pero Ja existencia del cielo no fué atacada directa— mente. Encontraremos hombres carnales que quisieran hacer del paraiso un lugar de placeres , pretendiendo te- ner centuplicados los goces de que se privdran en el mun- do; tales eran los Milenarios y otros cuyos errores pali- ‘decieran ante las elocuentes plumas de los Jerénimos y otros Padres antiguos; hallaremos otros que , como Lu- crecio y Epicuro, negaban la existencia de la otra vida; por consiguiente, nada parece ser para ellos el cielo 4 primera vista, nada la vida inmortal, nada las inefables — dulzuras de la gloria. Cuandose examinan las obras de los incrédulos de los uiltimos tiempos, se encuentran en- seiiadas estas mismas doctrinas, ya 4 las claras, ya entre raciocinids sofisticos. Pero gcreeis que los filésofos mate- rialistas han negado jamas la existencia del cielo? No; si en el parasismo de sus locuras han hecho de] hombre un sér finible; si han pretendido materializar sus ideas; si han querido confundir su alma entre el polvo del se- pulcro, no ha sido porque pretendiesen negar la existen- cia del ciclo, sino la del infierno. Querian entregarse sin
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