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cho, y su capa el cielo; 4 su lado pasan transeuntes en todas direcciones; 4 todos dirige sus ecos sepulcrales; 4 todos extiende sus manos yertas pidiendo en vano un so- © corro 4 corazones endurecidos. Pasad mas alla. jAy! En Isbregas moradas se oyen rugidos horrendos , mezclados con el ruido de pesadas cadenas, bajo cuyo peso gime el galeote expiando sus crimenes, 6 quiza sufriendo una in- justa condena. Alli, 4 la sombra de un triste sauce, se ve cubierta de luto, reclinada sobre un frio mirmol, extati- ca, llorosa, una infeliz mujer; el dolor la tiene enajena- da; quisiera poder levantar la pesada losa y dormir para siempre al lado de aquel que depuso el lauro del himeneo por cubrir su frente con las:sombras de la pira. Aqui‘hay . un anciano venerable , una madre tierna... ; desgraciados! todo el fruto de su amor era un hijo, en cuya educacion emplearan sus afios y sus caudales, para tener en su ve—_ ' jez un firme apoyo; este hijo acaba de espirar, cubriendo para siempre de luto 4 dos corazones que 4 duras penas pueden sobrevivir 4 tamaiia desventura. gY por qué he de excitar vuestra sensibilidad al recordar la triste suerte de esos nifios inocentes que, sin haber atin podido cono- cer 4 sus padres, pasan 4 las manos de un extrafio, sin amor, sin interés, sin lazos de caridad 6 de sangre? Se- flores , ;qué! gesto puede llamarse vida? Pero quiza me acusareis de mirar las cosas por la parte mas repugnante y triste; me direis que no consi- _ dero la vida humana sino por la mas desafortunada faz, por la pobreza y miseria, por las penas y suplicios, por las orfandades y desamparos, reduciendo 4 un cuadro oscuro y limitado una gran série de hechos que se repre- sentan en horizontes risueios, amenos, deliciosos, en- cantadores. Salgan, pues, luz los hombres dichosos del mundo; aparezcan esas. personas 4 cuyas plantas se han visto postrados mil veces los adoradores, adulando 4 una belleza altanera que constituia su dicha en prolongar por ip hag Bec a

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