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ee 101 efecto podra producir en el alma el desprecio de la gra- cia divina? Tantas bondades del cielo mal correspondi- ~ das, tantas inspiraciones desechadas, tantos Sacramen- tos profanados , tantos tesoros malversados, son la causa directa del endurecimiento del pecador; Dios, por su par- te, quiere que todos nos salvemos; no es su voluntad, — dice el Apdéstol, que perezca el pecador; mas si éste no coopera los esfuerzos celestiales , se debilitan las fuer- zas de su alma, se adormece en el vicio, se obceca en la maldad, se obstina en su perdicion, y Dios le entrega justamente, como afirma el mismo Apéstol, 4 sus pasio- nes vergonzosas y 4 los impetuosos movimientos de sus : sentidos y de su espiritu; de modo que, segun la ex= presion de San Agustin, «los pecados que cometen luégo son la pena de los crimenes ya cometidos y el mérito para los castigos eternos, 4 que muy pronto han de ser precipitados.» (Cont. Julian., lib. v, cap. tv.) Asi lo. rodean por todas partes como una manada de lobos 4 un : cordero que no siguid la voz de su pastor, sin que le quede fuerza para salir de entre sus ufias rabiosas: Circumdabunt te inimici tut vallo; y no contentos con asediarla, la apretan por todas partes para no darle lugar por donde evadirse, e¢ coangustabunt te wndique, des- truyendo en ella todo gérmen de resurreccion espiri- tual, ahogando su conciencia, no dando lugar 4 los remordimientos; e¢ ad terram prosternent le; ay por qué asi, amados mios? Vuelvo 4 mi primera proposi- -cion: la causa es porque el alma desprecié la gracia, porque no pudiendo el hombre nada por si mismo, Dios le revistié misericordiosamente de todo su poder, con el cual podia ser superior a todos los halagos del mundo, & todos los ataques del demonio, 4 todos los apetitos de la carne; pero todos estos enemigos se apoderaron de su co- razop como por asalto, ocuparon todos sus senos, encon- traron una acogida favorable; el pecador los h tado {HEcA CEP UC y ’ oo ~ . * p < Ampito” aNa