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formar un interesante capítulo de las «florecillas» del señor San Francisco. Así, aquella florecilla, cuando cierto buen cura de un pueblo, queriendo, tal vez, probar la perfec­ ta alegría de las visitantes, las recibió no con un garrote en la mano, como en el caso de las flore- cillas, pero sí poco amable, sin tan siquiera per­ mitirlaspasar de la puerta, ni que reunieran a las jóvenes para hablarles y enviándolas a otra parte, estando ya la tarde avanzada y el próximo pueblo a varios kilómetros. Así también aquella otra del desconfiado abate que quiso poner a prueba la humildad de las her­ manas, enviándolas a pedir limosna casa por casa, acompañadas cada una de las hermanas con dos niñas del pueblo. Aventura feliz que dio por resul­ tado el que los niños pobres del internado de las Carolinas tuvieran abundantes provisiones de cho­ rizo, buen tocino, etc., etc. Y aquella otra, no menos interesante, sucedida en un pueblo de Navarra cuando, después de una larga y sabrosa charla con las jóvenes del pueblo en la iglesia, al enterarse éstas que las misione­ rasno habían comido, estando ya cercana la hora de salir el tren y no teniendo provisiones ni dónde poder comprarlas, salieron presurosas a sus casas trayendo para éstas tanta cantidad de bocadillos que recordaban la multiplicación de los panes y peces en el desierto; y no contentas con esto no pararon hasta llevarlas a comer en casa de una familia. 51

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