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238 Sermon IX. Suponed que se congregan con mucho aparato y magestad en el teátro de su tribunal una porcion de jueces para reprender y castigar á un hombre por una accion que ni es buena, ni mala : por una accion que él debió hacer, porque no podia dexar de hacerla: por una accion á que se vió impeli- do por una fuerza estraña é irresistible : compa= rece el que llaman reo: le hablan los jueces , le afean su hurto, su homicidio , su traicion: le im- ponen pena capital, y él á todo responde : no te- nía , ni tengo libertad: no pude dexar de hacer= lo; hice lo que debia. ¿Qué tal? ¿creerian aque- llos jueces á aquel hombre? ¿Se darian los legis- ladores de la Grecia , de Lacedemonia , de Ro-= Ma... ¿ Qué digo? ¿Para qué nombro aquellos Numas, Licurgos y Solones ? ¿Acaso los Othen- totes, los Patagones, los Pampas , los Iroqueses y Otras naciones tan poco civilizadas como aquellas, cayeron jamás en el delirio de una opinion tan loca , tan monstruosa y tan absurda? ¿Qué hom: bre buscó jamás testigos para probar, que tenien= do-vista despejada veia el sol al medio dia , es= tando el tiempo claro y sereno? ¿Quiéa buscó testigos para probar á los que estaban presentes que vivia, que pensaba, que andaba? Solo un demente el mas rematado podria pensar, hablar y obrar tan desatinadamente. Solo el que negase la libertad del hombre excederia á aquel desgra- ciado demente en sus despropósitos. En efecto, si la convicción, la mas íntima y mas fuerte en que todos los mortales estamos de nuestra liber- tad ysi la aprobacion que nos.dámos á «nosotros

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