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2 que debía manifestar á su confesor estas cosas, al día siguiente se encontraba muy irresoluta y dudo- sa, pareciéndole que era una cosa baladí, que no Ñ conducía á nada, ni valía la pena de molestar con 3 ello al confesor; mas de pronto sintió en su interior 4 una fuerza irresistible que la impulsaba á decírselo, ' no podía en manera alguna verse libre de esta fuer- za y tal dominio adquirió sobre ella, que al fin se vió obligada á ir á su confesor y decirle cuanto le había pasado. Al salir del confesonario se vió llena de imperfecciones y miserias y empezó á inquietar- se y turbarse en gran manera, creyendo que no se había explicado bien y que había engañado á su con- fesor. Desconfiando mucho de sí misma, y temiendo que por su rudeza y poco talento no se hubiera ex- plicado bien y no hubiera referido exactamente lo que había visto y entendido, pedía muy de veras y con todo su corazón al Señor que, cuando volviera á la confesión, no permitiese que dijera al confesor ni una sola palabra, que no fuera verdadera y exacta, y que le quitase el habla, si había de cometer algún error ó equivocación, engañando con ello al confe- sor. Si todo esto es cosa de mi amado Jesús, como parece serlo, ¿por qué El no me puso más claras las cosas? Yo no sé lo que pueden significar esos dos al- tares tan distintos, esos dos caños tan iguales, esas dos ropas, claras y limpias unas, turbias y denegri- das otras. ¿No conocía Jesús la inquietud y turba- ción en que me había de ver? ¿Pues cómo entonces no hizo que comprendiera mejor y más claramente todas estas cosas? Molestada con estos y semejantes pensamientos fué á comulgar el día siguiente, y apenas recibió la sagrada comunión oyó la ya para ella conocida voz de Jesús que le dijo: “Ego sum; hija mía, no temas. He prometido mi asistencia á la Iglesia hasta la con- sumación de los siglos, y antes faltarán los cielos y la tierra que Yo falte á mis promesas. Ya te he di- cho muchas veces que en estos momentos de la eo- munión jamás temas engaño de mis enemigos. Asis-