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A A 370 CAPÍTULO LXXXVIN este cargo, atendida la cortedad y fla queza de su ingenio; mas alentado maravillosamente pór- divina gracia, no sólo lo cumplió, sino que con cere- ces tocó á su cumbre. Porque comen zando á recorrer toda España, no-per- donó ningun género de trabajos por dar el sustento de la soberana verdad, y su elocuencia, no afectada sino apo- yada en Ja Evangélica sencillez y siempre acomodada á la condicion de los oyentes, cautivó y despertó á cris tiana vida, á castillos, aldeas, ciuda- des, numerosas academias y ulguna vez á la misma real Corte. Por lo cual fácil es comprender, con cuantos dones hubo de ser Diego adornado por Dios para este fructífero ministerio, pues siendo ántes dificultosa su pro- nunciacion y estando falto de letras, su facundia y su saber fué luego, con- tra la comun esperanza, suma admi racion de todos. Añádase que á estas preclaras dotes juntó altísima santidad de vida, porque, ardiendo, en celo de la gloria de Dios y la salud de las almas, del púlpito corría sin darse reposo al confesona- rio para oir al pecador, empleando lo restante del dia ya en instruir á-<los niños en el catecismo, ya en visitar los hospitales y las cárceles. ya en otras obras de igual índole, hasta anbhe- lar como única ventura padecer muer te por caridad. Las noches pasaba orando y medi- tando, y cuándo el sueño llegaba á oprimirle, puesta en tierra la rodilla, y recostada la cabeza en los extremos del lécho, reanimaba en algo sus fuer- zas para emprender los nuevos com bates del Señor ¿Qué dirémos del afecto del heróico varon á la Virgen Madre de Dios, á quien sobre todo bajo el título de e ñora de la Paz y Madre del Buen Pas tor honró con particular cariño ? ¿ Qué del culto en verdad soberano y singu lar que á la Santá 6 Individua “Prini- dad profesaba, y cuyas glorias prego naba con tal alteza de palabra hasta ser llamado. por voz comun, apóstol de tan encumbrado misterio? De la ardentísima devocian de Diego será haber dicho lo bastante con sólo aña dir, que terminados sus sermonés del amor que á Dios debemos, parecía que era arrebatado á gran distancia de la tierra, y por la conmoción de su espÍ- ritu era precisó que Otros le ayudasen á bajar del púlpito. Tales excelentísimas virtudes fueron motivo sobrado poderoso, para que en todas partes se agrupasen copio- sas turbas de hombres para oir al santo pregonero del Evangelio, y con frecuencia no cabiendo en los más vastos templos, les dirigía la palabra en las plazas públicas estando todos de pié y sin moverse por tiempo de alvunas horas. Acabadas sus pláticas, era menester que algunos guardias le custodiasen, á fin de evitar que le-a tropellase la muchedumbre 6 que Je destrozasen el hábito. A estos hono res, debidos á su saber y vida integra, se agregaron frutos provechosisimos y dignos de alto encomio, es á saber: banderías y odios, que en muchos lu gares habían subido á gravísimo es tado, arrancados de raíz; aquellos tea tros que eran dañosos á las buenas costumbres, ó cerrados 6 totalmente destruidos; libros obseenos entrega- dos al fuego; hombres blasfemos a- partados de esta perversa costumbre; herejes, de los cuales algunos acont- pañados de talento y de prestigio, re ducidos á la verdadera fe; y no pocos, por último, cuya salud espiritual pa- recía poco menos que desesperada, logró arrancar de la eterna muerte. Quedan aun en España, con los mo numentos á la augusta Trinidad levan- tados por Diego, piadosas obras en diversas partes creadas, y son allí co nocidísimos sus escritos llenos de sa ber y cristiana unción, demostrandoá todos los venideros el acrecentamiento que. dió á la religion precisamente cuando las nuevas revoluciones que se levantaban, armaban á la fe más vigorosas asechanzas. Por'eso no nos maravilla que este varon, por tantos y tan elevados méritos esclarecido, fue- se llamado por voz Comun: hombre por Dios enviado, Apóstol de España y del siglo XVIII, y en fin otro Pau- lo; no nos maravilla que ya Pio VI, Predecesor nuestro de ilustre memoria, ya Cárlos III, Rey de las Españas, ya tambien Prelados, sabias corporaciones y municipios le colmasen de extraor- dinarios privilegios y honores; lo que sí juzgamos admirable, es que este humildísimo hijo de San Francisco se

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