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A 324 CAPÍTULO dir castigos, aun en el sentido y «con el fin que los pide ete. Propter electos breviabuntur dies ¿llí. Si hace Dios esto, ¿ qué será bien que nosotros le pidamos? Ahora reflexiono que las plagas de Egipto fueron enviadas por Dios: y Moises y Aaron pedían que cesasen, no que viniesen Pidamos con la Santa Madre Iglesia: I[ndignationem tuam «a peccatis nostris averte, el n gentes quae te non cognoverunt tmo- rem nominis tui benignus immitte, Pi- damos fuego, luz, y el impulso de una gracia poderosa, y verémos convertido al mundo sin pstrépito. 1047. — « No haga V. P. R. caso de mis ignorancias : soy inclinadísimo á la misericordia porque me conozco mi- serable, y aunque deseo mi conversion quisiera fuese efecto de la gracia in- terior y no del terror: y quiero para mi prójimo lo que para mi deseo. 1048. « No sé cómo he escrito esto, porque el correo me tiene abru- mado: en todo caso, yo pido á V. P R. que por caridad me mire como her- mano, Seguro de que lo venero y amo entrañablemente. Mande lo que guste, y encomiéndeme á N. Señor, á quien ruego guarde su vida nu a. en su santo amor y gracia, — B. la M. de V. P. R. su alfño hermano y siervo en N. S. Jesucristo Fr. Diego José de Cádiz. » CAPITULO LXXX. Predicacion del B. Diego. Juicios y elogios. 1049. — Su trato era sumamente e- dificante, y aunque su elocuencia era admirable, podemos decir que más pre dicaba con su ejemplo que con sus pa labras. Oigamos lo que nos dicen algu- nos testigos: — Cuanto yo pudiera de cir de la virtud ejemplar de este varon Apostólico, sería ménos de lo que pu blica la fama, y comprueba el testimo nio unánime de cuantos con atencion observaron su vida, predicación y ejem plo. (Ortiz de Zarate). Con su mode ración y ejemplar semblante el P. Fr Diego infundía á todos respeto, y léjos de permitir la murmuracion, era un vicio que aborrecía y reprendía del púlpito LXXX econ celo y energía (Proe. p. 243). — Le consta al testigo que e! siervo de Dios habló siempre bien de todos detestan do la murmuracion (Proe. p. 243), — Siempre habló bien de todos, y abor- recía la murmuracion y las maneras ásperas é injuriosas hasta tal punto que nadie faltaba en su presencia, co mo es público y notorio y como consta al testigo porque tuvo la felicidad de hablarle varias veces. (Proc. p. 243). — A todos trataba con tanta bondad y dulzura que nadie podía quejarse de él, como de hecho no hay recuerdo que alenno lo. hiciese, ni tampoco que dejase de rendir á todos el respeto de bido á su calidad. (Proe p- 244). — Trató siempre á todos con tanta mo- destia y cortesía que jamas dió motivo á que nadie se quejase de él, y esto es público y notorio. (Proc. “p. 244). 1050. — Fué acompañada su ejem- plarísima vida -viéndosele contínua- mente fijos sus ojos en tierra, con un semblante agradable aunque penitente, vestido con la mayor pobreza y casi descalzo. (Proe p. 260). — Bastaba su exterior humilde y pemitente para pre dicar y convertiral más endurecido pe- cador.(Proe. p. 200). — Cualquiera que recuerde el modo con que el dicho P. Fr, Diego José de Cádiz pasaba las calles y plazas de esta ciudad (de Zaragoza) cuando lo hacía porel bien del prójimo, servicio y honra de Dios, no puede ménos de confesar que ninguno era capaz de verle más que los ojos y la punta de la na- riz, pues iba todo escondido y recogido en sí mismo, cubierto con su hábito y siempre andando con la mayor solici tud, y lo custodiaba un peloton de milhi- tares para librarlo del inmenso gentio que le seguia hasta el Palacio del Jllmo Sr. Arzobispo donde se hospedaba y las Iglesias donde predicaba; tambien pudo observar el testigo de cerca que en las salas del Palacio Arzobispal Ins piraba mayor devocion y reverencia su aspecto cubierto de la más: rígida penitencia. (Proe. p. 263). 1051. — Tanto conmovía la virtud y la venerable presencia del P. Cádiz, que hasta sin conocerlo despertaba impul sos de penitencia. En cierta ocasión pasando por los ealles de la populosa ciudad de Portugal llamada Oporto, en direccion al convento de Rdos. PP. Franciscanos Descalzos, acompañado