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PENITENCIA Y MORTIFICACION 301 en el, y viniese ú de viaje ó del púl pito. Ñ , 038, — Era nestro B. Diego un ir retonciliable enemigó e su propia car ne. y mily bien se dejajentender cuál estária el cuerpo de este penitentísimo varon, en vista de unas disciplinas tam frecuentes y sangrientas: toda la penitencia que hemos visto no apagaba el grande ardor y sed que tenía de copiar en su carne la imágen de Je- sueristo. Ocho eran los fieros eilicios de que ásaba nuestro penitente en varias formas y para diversas oOca- siones. Espanta no más que su me- moria. Dos traía en los muslos, anchos como media cuarta, y los restantes en la cintura, pecho y espalda, todos he chos de alambre y algunos de la me dida de una tercia. Entre ellos había uno hecho de lata punteado como rayo y á la manera de un cinto, y otro instrumento de alambre que pu diéramos llamar jubon, el cual le a brazaba todo el cuerpo y los hombros y venía a coserse en el pecho. ¡ Ter- rible instrumento! su compañero inseparable de púlpito y en los empeños extraordinarios. Y por último restan dos cadenas de buen Sin embargo era tamaño hechas de hierro, las cuales le servían para cargarlas sobre este cilicio en forma de una estola cru zada en el pecho y despues vuelta á la cintura sobre los OLros cilicios de aquel lugar. Para cubrir los cilicios todavía usaba el Siervo de Dios de un tejido de cerdas sumamente molesto, ó niás bien diré que le servía para que sus delgadas puntas entrando por las mallas de los alambres no dejasen lugar seguro. Entre tales espinas se criaba esta rosa. (Grazalema, pay. 19) 039. 1 corpiño de cerdas le era tan molesto en tiempo de calor y es- pecialmente caminando, que algunas veces tenía que separarse del camino á desnudarse de él, porque absoluta mente no podía andar; pero de esta falta que reputaba de imortificacion, se acusaba en la confesion. Usó tambien por algunos años, y fueron los últi- mos de su ejemplar vida, de una ar golla al cuello, de la cual bajaban á la cadena que ceñía dos ramal 5 de Otra mas delgadita, los que encogia más ó ménños; y esta era la causa que le viéramos como agobiado en una edad poco más que media, y ex trañándolo algunos, sus amigos, solian preguntarle cuál fuese la causa; y respondía : ¿ Qué ha de ser . la tierra j umento se va inctl me llama, y e nando. á ella. Así predicaba este apos- tólico Varon, así caminaba, así se re costaba sobre las tablas, sin otro alivio que soltar un poco las cadenas de la argolla y aflojar algo la de la cintura, ó un cinto del ancho de tres dedos compuesto de alambres, que algunas veces se ponía en lugar de aquella Asi estaba armado este soldado de la milicia de Jesuertsto, y cuando la obe diencia le desurmaba, era para que obtenida la licencia de volver á sus mortificaciones, lo hiciera con más crueldad, como para desquitar lo per- dido. Y como si todo esto fuese poco, « á la gravísima molestia de caminar y añadía el Siervo de Dios otra rarísima y de invención nueva, cual era buscarse para el piso los peores y mas escabrosos siti0S que lo sacu- dieran con violentos deslices y tropie- zos. » (1). (Grazalema, p. 20) Pues no satisfecho con las grandes mortfi caciones ya referidas, Ñ Como si esto no fuese mucho, se expresa con su Di rectór en una ocasion así; En las le- vísimas mortificaciones que V. me tiene permitidas encuentro facilidad y algun deseo de tener espiritu para más: V atsponga lo que guste. Kra muy mge nioso en buscar y encontrar medios de mortificar su cuerpo, pudiéndose colo- car entre los más grandes penitentes que celebra la Iglesia. En cuya con firmacion puede servir la expresion que su Director dijo á presencia de muchos sugetos de carácter: « 51 me « tocase la suerte de predicar las hon « ras de Fr. Diego, en llegando 4ha.- « blar de la penitencia, no haría otra « cosa que referir lo que hizo 5, Pe « dro de Alcántura, sin más diferen- « cia, que donde dice Pedro, diría yo « Diego. ) stas expresiones con ltan- 1) En lo tocante á su propia persona y costum=- bres, se observaba en todo su exterior una con- ducta penitente, regulada y edificante, exce diendo siempre en rigor á todo lo que solían hacer los otros, llevando sobre sus espaldas las alforjas car gadas de libros, y usando las sandalias más vie- jas, y teniendo siempre cuidado de rezar el oficio divino ántes de llegar á los pueblos, (Pros. p. 168) ra is

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